
Siete estrategias para combatir la envidia
La envidia es un amo mezquino y exigente. Es mezquino porque, a diferencia de muchos otros pecados, experimentarlo no tiene nada placentero. La mayoría de los pecados echan el anzuelo: la lujuria ofrece emoción y escape; la avaricia promete riqueza y placer; el chisme promete poder y participación en el círculo interior. Y muchos pecados son al menos temporalmente placenteros (es por eso que los cometemos).
Pero la envidia es puro anzuelo y ninguna carnada. La envidia no tiene un reverso, ni siquiera un pequeño o temporal auge de placer culpable. Es por eso que nadie planifica ni trama conscientemente sentir envidia (como alguien puede planificar satisfacer un deseo lujurioso). Sentimos envidia a pesar de nosotros mismos, aunque no lo queremos. Es el gran pecado no buscado.
La envidia es además terriblemente exigente. Aunque no entrega nada, pide mucho. Puede absorber y dominar una vida. Puede envenenar los placeres, robar el gozo y desperdiciar el tiempo. La envidia puede hacer que tu propia vida bendecida se sienta andrajosa e inadecuada. En efecto, es uno de los pecados que presenta el más obvio insulto a la soberanía de Dios; cuestiona los planes, las decisiones y la bondad de Dios. La envidia es rebelión.
Siete estrategias para combatir la envidia
‘La envidia cuestiona los planes, las decisiones y la bondad de Dios. La envidia es rebelión.’ Click To Tweet
Cualquier persona, independientemente de lo atractiva, realizada, respetada y exitosa que sea, puede sentir envidia. He escuchado a personas que yo envidiaba confesar su envidia hacia otras personas. Siempre hay alguien que tiene lo que nosotros no o es mejor que nosotros en lo que hacemos. La envidia es terrenal, no espiritual, y demoniaca, y suele ir acompañada de otros pecados (Santiago 3:14-16).
Todo esto nos dice que este es un importante enemigo que debemos estudiar, entender y combatir con toda nuestra fuerza. A continuación hay siete estrategias que me han parecido útiles en la batalla. El uso de estas armas no garantizará la victoria, pero al menos nos mantendrá en medio de la lucha.
1. Ver claramente
En su libro The Godly Man Picture, el puritano Thomas Watson escribió: «Un hombre humilde está dispuesto a dejar que su nombre y sus dones sean eclipsados, de modo que la gloria de Dios pueda aumentar. Se contenta con que otros brillen más que él en dones y estima, de manera que la corona de Cristo pueda resplandecer con más fuerza… Un hombre cristiano se contenta con ser dejado de lado si Dios tiene otras herramientas con las cuales trabajar que le den mayor gloria». Esta actitud humilde es lo opuesto a la envidia, la cual ansía poseer lo que otros tienen. La envidia es una expresión de egoísmo y orgullo. Es bueno verla claramente por lo que es.
2. Confesar con franqueza
Hace varios años, miré a un apreciado amigo a los ojos y le confesé mi envidia por sus habilidades y éxitos. Le pedí perdón. Eso fue aleccionador y muy provechoso. No estoy sugiriendo que nos confesemos con cada persona a la que envidiemos, pero especialmente cuando comenzamos a envidiar a un amigo cercano, no les estamos sirviendo adecuadamente como un fiel amigo. Nuestra confesión les permitirá orar por nosotros, y el hecho de nombrar el pecado a menudo ayudará a minimizar su poder sobre nosotros.
3. Oración en lugar de la envidia
Cuando oro por el éxito de alguien al que envidio, mi corazón comienza a cambiar. La envidia me pone en contra de ellos, pero la oración me pone en su equipo. Ahora estoy pidiendo la bendición de Dios sobre ellos. Estoy emocionalmente involucrado en su bienestar. Comienzo a envidiarlos menos. De hecho, ¡sus nuevos éxitos ahora se convierten en respuestas a mis oraciones! Le pedí a Dios precisamente sobre aquello que ahora han logrado. ¿Cómo podría resentirme por ello?
4. Buscar la amistad
La envidia aísla y luego se alimenta del aislamiento. Es difícil cultivar una genuina amistad con aquellos que desatan nuestros sentimientos pecaminosos de ineptitud, desdicha y descontento. En consecuencia, podemos comenzar a evitar a las personas o las situaciones que nos hacen sentir de esa forma.
La envidia, a su vez, prospera en el aislamiento. Cuando no tenemos una genuina relación con aquellos que envidiamos, no los amaremos ni nos alegraremos realmente con ellos en sus éxitos. Tampoco veremos sus reales luchas e inseguridades. Más bien repetiremos nuestra propia narración distorsionada, y las complejas realidades y dificultades de la vida de esa persona no estarán incluidas en ese relato.
5. Identificar ídolos
Con los años, Dios me ha ayudado a vislumbrar algunas de las raíces de mi envidia, y eso me ha ayudado inmensamente. A pesar del amor incondicional de unos padres piadosos, yo me formé (a una temprana edad) una profunda identificación entre identidad y desempeño que duró hasta mi vida adulta. No es difícil ver de qué manera la envidia proliferó: si soy valioso por lo que logro, y alguien más puede hacerlo mejor, ellos son mejores que yo. Entender la raíz de mi propia envidia me ha ayudado a entender su profundo y permanente poder.
6. Correr hacia el evangelio
Para combatir los ídolos de mi corazón, ahora combato la envidia más conscientemente fijando mi corazón y mi mente en las promesas del evangelio y recordando regularmente (especialmente al comienzo del día) mi identidad en Jesús. Dado que esta tentación probablemente no desaparecerá en el corto plazo, sé que debo seguir predicándome el evangelio a mí mismo.
7. Lucha por la realidad por sobre las apariencias
‘Sentimos envidia a pesar de nosotros mismos, aunque no lo queremos. Es el gran pecado no buscado.’ Click To Tweet
Richard Baxter me ha ayudado mucho mediante su consejo de «estudiar primero cualquier cosa… que uno desee [legítimamente] parecer». La envidia suele enfocarse en las apariencias o logros externos de los demás; anhelamos la fama o el respeto o los logros de esa otra persona sin pensar adecuadamente en las dificultades y la disciplina que condujeron a ellos. Baxter aconseja sabiamente a los cristianos que permitan que sus deseos parezcan piadosos para los demás para recordarles que es muchísimo más valioso realmente ser piadoso. La aguda puñalada de la envidia puede servirnos de recordatorio para buscar realidades (ya sea que alguien más llegue a verlas o no).
Tal vez estés desanimado porque esos sentimientos de envidia te siguen asaltando, y anhelas ser libre. O quizá haz hecho las paces con tu envidia de los demás; quizá te has acostumbrado tanto a ella que ya apenas siquiera la percibes. Este es un llamado a luchar. Hay esperanza para nosotros en la batalla contra este enemigo mezquino y exigente. Podemos luchar por la libertad con las armas del evangelio que Dios provee, por causa de su magnífica gloria y nuestro gran gozo.
Por: Stephen Witmer © Desiring God Foundation.
Fuente: “Seven Strategies for Fighting Envy”.
Traducido por: Proyecto Nehemías.
Edición: Daniel Elias.
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