Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

Por Su muerte – Ep. 12

12 Por Su muerte no existe duda de que aún hay esperanza para la gente vil.

“Nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho». Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino». Entonces Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».” – Juan 23:41-43

Cristo Jesús no fue crucificado solo, fue crucificado con un criminal a cada lado. Nuestro Señor respondió a uno, y solamente a uno. Lo que Él dijo ahí deja en claro que no hay duda alguna de que hay esperanza sólida para personas horribles. 

El primer ladrón se dirigió a Jesús con tono de queja y crítica en su agonía, “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a Ti mismo y a nosotros!”. Su deseo no iba más allá que escapar del dolor y regresar a su vida profana. Jesús no le dijo nada. 

No se nos dice que el otro ladrón era “buena gente”, no lo era. Vemos la palabra “ladrón”, y quizás pensamos en un tipo de diamante en bruto de Disney como Aladín, nacido en la pobreza, seguro criado en la escuela dura de la vida y haciendo lo que puede para vivir. Un exterior algo abrupto, pero muy bueno por dentro. Eso no encaja con la descripción que da la Biblia sobre este hombre. Él en verdad era un hombre horrible. 

Él era horrible en el hecho de que había lastimado a personas. Marcos nos dice que era un ladrón (Marcos 15:17), la palabra utilizada significa específicamente violento y cruel, era así como los ladrones que atacaron al hombre que estaba camino a Jericó, “cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto” (Lucas 10:30). Se nos dice que Barrabas estaba “con los rebeldes que habían cometido homicidio en la insurrección” (Marcos 15:7). Tales personas no reconocen otra autoridad más que sus propios miedos y deseos. Las palabras y los puños vuelan. Las armas son usadas. La vida es barata. Algunos de nosotros hemos visto personas así, son completamente egocéntricos y no les importa quién resulta herido o destruido en su egoísmo. Algunos de nosotros cargamos las cicatrices provocadas por su imprudencia. Algunos de nosotros hemos tenido que recoger los pedazos después de ellos. Algunos de nosotros hemos sido esas personas. Algunos de nosotros todavía lo somos. 

Él era horrible en el hecho de que había insultado y faltado el respeto al Señor Cristo Jesús. Mateo (27:44) nos dice claramente, “… en la misma forma lo injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él.” Había sido personal y denigrante en contra de Jesús, “¿Así que eres el Hijo de Dios? baja de la cruz y tal vez te creeremos”. Una vez más, el criminal seguramente no es el único en haber dicho, “Dios, si tú fueras real detendrías mi sufrimiento”. 

Él era horrible y no tuvo oportunidad para rectificar nada. En nuestra miopía de enfoque propio olvidamos que el pasado es incambiable. Pensamos que unas cuantas lágrimas curarán la herida. Que el tiempo borrará la culpa. Que las buenas intenciones repararán el daño. No es así. No puedo quitar ni revertir lo dicho y lo hecho, tú tampoco puedes. Este vil hombre merecía la condena, y literalmente no podía enmendar nada. 

Sin embargo, en algún momento de esa mañana en la cruz, algo le pasó a este hombre vil. Él vió lo que no había visto antes. Él pensó pensamientos que no había pensado antes. Él se vió diferente. Él vió a la autoridad diferente.  Él vió a Jesús diferente. Él no fue el primero. Como el hijo pródigo en Lucas 15, derrepente se ve atrapado por una convicción diferente, “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores’””. (Lucas 15:18-19). 

Escucha al ladrón ahora, “¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho». Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino”.

Si nuestro Señor Jesús hubiera ignorado esta petición, ¿el criminal podría haberse quejado? “Un poquito tarde, ¿no crees? ¿Qué hay de todas las personas que has matado y mutilado? ¿Acaso ellos no importan? ¿Crees que nadie escuchó sus llantos, que nadie vio sus lágrimas? Necesitas sentir algo de su dolor, acéptalo y grita, ¡¡tal y como ellos hicieron!! ¿En verdad quieres que yo me acuerde de ti? Seguro, te recordaré en mi reino, has blasfemado en contra de Dios, prepárate para recibir tu merecido”. ¿Alguna parte de eso hubiese sido injusta? 

A pesar de eso, las palabras del Señor Cristo Jesús a este hombre vil son increíbles y llenas de esperanza, “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. 

Conmigo. En el paraíso. Hoy. “En verdad te digo” significa que es un compromiso. Es un compromiso a una relación, ‘estarás conmigo”. Es un compromiso que va más allá de escaparse de un castigo. El hijo pródigo dijo, hazme como uno de tus sirvientes, él fue restaurado a hijo. El criminal pidió ser recordado en el reino, y fue recibido con brazos abiertos en el Paraíso.

La Biblia dice que, “Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). La condena del criminal fue vertida sobre Cristo, para que este hombre vil pueda ser recibido en el Paraíso. 

No te equivoques, el simple hecho de ser vil no salva a nadie. Solo porque mueres no significa que automáticamente te vas a un mejor lugar. Los dos criminales rogaron por su salvación, solo uno recibió palabras de esperanza. Si todo lo que quieres es escapar del dolor y regresar a tu vida profana que ignora a Dios, no esperes que Jesús haga algo aparte de juzgarte. Al contrario, fue el criminal que humildemente esperaba en el Rey Jesús, a él se le prometió el Paraíso. 

En la muerte de Cristo, vemos que no hay duda alguna de que existe esperanza para las personas viles que esperan en Jesús.

Por: David Bhadreshwar

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