Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

Pecadores aprendiendo a actuar el milagro

Restauración de personas quebrantadas y los límites de la vida en el cuerpo

Conferencia Nacional Desiring God 2012

Actuar el milagro: La obra de Dios y la nuestra en el misterio de la santificación

Es el Espíritu de Poder quien nos santifica; por lo tanto, se esperaría que la santificación se sintiera como fortaleza. Pero habitualmente se siente como debilidad, debilidad visceral, física. Así lo sentía el apóstol Pablo, como muestra 2 Corintios 12, y es posible que a veces también nosotros lo sintamos así.

A nadie le gusta la debilidad física. Cuando menos es un fastidio. En el peor de los casos, es un dolor crónico e invasivo que deja a las personas imaginando que la muerte es mejor que la vida. Pero es una frecuente compañía del crecimiento espiritual. Cuando uno crea una lista de personas sabias —Joni Eareckson Tada se viene a la mente—, la mayoría de ellos han estado familiarizados con la debilidad física.

Esto tiene sentido. La santificación es para el necesitado, y las discapacidades físicas ciertamente nos recuerdan que estamos necesitados. Fíjense en cuánto más oramos y pedimos oración cuando tenemos una debilidad física. Solo eso muestra que el Espíritu usa la debilidad en nuestra santificación. Como regla general, se espera que, en el pueblo de Dios, cuanto más quebrantado el vaso, tanto más obvia es la santificación.

Cuando consideramos ejemplos de debilidad física, se vienen a la mente los sospechosos de siempre: el cáncer, cualquier cirugía pendiente, discapacidades a causa de accidentes, dolores de cabeza y otros dolores crónicos. Estas y muchas otras dificultades físicas son demasiado comunes entre nosotros. No obstante, hay otra categoría de debilidad especialmente relevante en nuestra era moderna, y estas debilidades son particularmente confusas y a veces marginadas en nuestras iglesias. Se trata de aquellas que son identificadas por la psiquiatría y los diagnósticos psiquiátricos de hoy.

Los diagnósticos psiquiátricos pueden ser difíciles de entender, y el ministerio a aquellos que han sido etiquetados con un diagnóstico tiende a ser o demasiado cauteloso o demasiado confiado en un momento cuando se necesita con urgencia un sabio cuidado pastoral. Con este sabio cuidado pastoral en mente, este capítulo introducirá los diagnósticos psiquiátricos, identificará las herramientas teológicas básicas para ayudar a quienes se identifican en términos psiquiátricos, y luego ilustrará cómo puede presentarse la santificación en medio de la debilidad.

Estar alerta a los diagnósticos psiquiátricos

En solo algunas décadas, los psiquiatras han pasado de ser los administradores ridiculizados de los manicomios a ser nuestra gran esperanza para la paz emocional. En la calle se dice que ellos tienen respuestas farmacológicas para todo, desde ataques de manía a la pesadez del aburrimiento, y corre el rumor de que nuevas drogas diseñadas podrían hacernos sentir a todos un poco mejor. 

Estas esperanzas han conducido a un mundo bifurcado. En un lado, la Escritura habla de la condición eterna de nuestra alma. En el otro, la psiquiatría ofrece respuestas a nuestras luchas diarias más apremiantes. Dada esta división observada, la psiquiatría se ha convertido en el experto de facto.

Por supuesto, no se debe fustigar a la psiquiatría por inmiscuirse en asuntos que en otro tiempo eran del ámbito de la Escritura. El problema es que no tenemos la habilidad para dirigir la mirada de la Escritura hacia estos diagnósticos de tal modo que la Escritura siga interpretando significativamente todas las cosas. Cuando uno escucha «soy bipolar» o «tengo TDA», escucha a personas que se sienten más comprendidas por una etiqueta que por la Escritura. Cuando la Escritura parece guardar silencio sobre experiencias humanas tan importantes, la autocomprensión se vuelve secular y el cuidado pastoral se ve afectado. Un objetivo, entonces, es interpretar bíblicamente los diagnósticos psiquiátricos para que quienes adoptan tales diagnósticos sean significativamente conocidos por la Escritura, sabiamente amados por la comunidad de la iglesia, y crezcan en Cristo. 

¿Qué es un diagnóstico psiquiátrico

La psiquiatría ha expandido gradualmente su campo para incluir la mayoría de las cosas en la vida que son difíciles: los bajos emocionales de la depresión y los altos de la manía, las adicciones, los temores y ansiedades, el pensamiento desordenado o caótico, discapacidades del aprendizaje, autismo o desorden de Asperger, anorexia y bulimia, cortes y conductas de daño autoinfligido, y desorden de estrés postraumático, por nombrar algunas. Las descripciones de estas experiencias aparecen en el Manual de Diagnóstico y Estadísticas (DSM-IVR en inglés) de la American Psychiatric Association (APA), y se puede encontrar impreso o en el sitio web de APA.

Estas descripciones intentan delimitar unos problemas de otros e identificarlos más bien que proveer explicaciones. El Manual DSM-IVR no se enfoca en potenciales causas, y no existen indicadores biológicos claramente entendidos para la mayoría de los problemas psiquiátricos. Sin embargo, quienes adoptan un diagnóstico normalmente suponen que existen causas biológicas y, en consecuencia, las medicinas son el tratamiento principal. Dada esa suposición, podemos entender aún más por qué los diagnósticos psiquiátricos se han separado de la Escritura. La Escritura y el cuidado pastoral no reclaman jurisdicción sobre las condiciones médicas. Cuando aparecen problemas médicos, nos conformamos con dejárselos a los expertos médicos. A consecuencia de esto, la santificación se vuelve funcionalmente irrelevante, y el alivio de los síntomas se convierte en la orden del día.

Sin embargo, aun cuando existe una contribución médica al diagnóstico psiquiátrico, ahí no termina la supervisión de la Escritura o la supervisión de la iglesia. La iglesia debe estar más activa cuando alguien tiene una aflicción física. Frente a enfermedades crónicas que potencialmente dominen la vida, las personas afectadas necesitan abundancia de servicio, oración, incentivo, y claridad espiritual. La iglesia se mueve hacia las personas que están luchando. Nunca los dejamos simplemente a los expertos. Por lo tanto, es necesaria una regla: si alguien está tomando medicamentos psiquiátricos, entonces ayudemos a esa persona. El cuidado pastoral debería ser un acompañamiento automático de la medicación, ya se trate de quimioterapia o antidepresivos.

El primer paso del cuidado pastoral

Una forma simple de devolver el diagnóstico psiquiátrico al ámbito de la Escritura es acercarse a aquellos que se identifican con un diagnóstico y preguntar: «¿Cómo puedo orar por ti?». «Sé que esto [diagnóstico y síntomas] probablemente sea difícil para ti, así que has estado en mi corazón. ¿Cómo puedo orar por ti?».

Si tú eres el que se identifica con una descripción psiquiátrica, pide oración.

Este simple paso es ordinario pero revolucionario. Con él, se rompe la división entre Escritura y psiquiatría. La Escritura ahora es acercada a estos problemas de la vida, y de pronto aparecen nuevas preguntas.

¿De qué manera oramos por esto? ¿Qué dice la Escritura que sea relevante? ¿Qué promesas de Dios le hablan directamente a la persona?

El alivio de los síntomas suele ser lo primero que se piensa. «Ora para que no me deprima». Esa es una buena forma de orar, pero, con cualquier problema que podría ser físico, queremos añadir: «Que tu ser interior se renueve día a día» (ver 2 Corintios 4:16).

Tú o la persona afligida pueden verse tentados a pensar que un diagnóstico psiquiátrico puede obstaculizar el camino de santificación. Pero la santificación es posible —incluso segura— entre aquellos que profesan la fe en Jesús. De hecho, esperamos que la santificación sea más obvia en medio de estas pruebas. También esperamos que los recursos básicos que tenemos en la Escritura sean suficientes para el crecimiento espiritual.

Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina (2 Pedro 1:3-4).

Recordar dos herramientas teológicas básicas

La Escritura tiene un acceso relativamente fácil para dificultades comunes tales como el temor y la ira. Uno simplemente encuentra docenas de pasajes relacionados en una concordancia. Para los diagnósticos psiquiátricos más complejos y modernos, que rara vez aparecen en alguna concordancia, necesitamos otras estrategias. Dado que en este punto de la historia de la iglesia no anticipamos el descubrimiento de una enseñanza bíblica previamente desenterrada que haya sido pasada por alto por los pastores y eruditos bíblicos, buscamos orientación en la enseñanza bíblica conocida y tradicional. Nuestra tarea consiste en descubrir nuevas aplicaciones a antiguas verdades.

1. Somos almas corporizadas

La primera verdad básica repleta de potenciales aplicaciones es esta: somos almas corporizadas. Estamos creados de sustancia física y material, cuerpo y alma. Esta es la enseñanza bíblica esencial y simple que necesitamos. El Catecismo de Heidelberg comienza: «Que yo, con cuerpo y alma», donde el alma se superpone con palabras tales como espíritu, mente, corazón, o persona interior.

La Confesión de Fe de Westminster sostiene: «Los cuerpos de los hombres después de la muerte vuelven al polvo y ven la corrupción, pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio» (32.1). Esta postura tiene alternativas. Algunos creen que somos cuerpo, alma y espíritu; otros, que solo somos cuerpo. La aplicación de estas alternativas es más complicada, pero ellas conducen a aplicaciones similares.

En efecto, la aplicación siempre está en consideración. ¿Qué es lo que hacen el cuerpo y el alma? ¿De qué manera contribuyen cada uno a la totalidad de la persona? Dos pasajes nos envían en la dirección correcta:

A decir verdad, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:41 RVC; Marcos 14:38).

Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día (2 Corintios 4:16 RV95).

Se hace referencia al cuerpo como «carne» y «hombre exterior», y al alma como «espíritu» y «hombre interior», así como «corazón» y «mente».

Las diferencias entre el alma y el cuerpo se pueden resumir de esta forma: el alma es el epicentro moral de la persona. En nuestra alma o corazón, prometemos lealtad a nosotros mismos y a nuestros ídolos, o al Dios verdadero. En nuestra alma, seguimos los mandamientos del Señor o nos apartamos de ellos. Del alma se dice que es justa o injusta, obediente o desobediente, está dispuesta o no está dispuesta.

El cuerpo es nuestro medio de servicio en un mundo físico. Nunca se describe en términos morales. Antes bien, es o fuerte o débil. Esto significa que, aunque el cuerpo no puede hacernos pecar, su debilidad puede hacernos la vida compleja, difícil y dolorosa.

El principio resultante es crucial: podemos crecer espiritualmente aun cuando el cuerpo se debilita. Más específicamente, podemos crecer espiritualmente aun cuando el cerebro está debilitado o simplemente es diferente. La depresión, el trastorno bipolar, y el trastorno por déficit atencional con hiperactividad (TDAH) no pueden hacernos pecar. Más bien pueden ser ocasiones para un crecimiento espiritual más obvio. Este principio devuelve los problemas psiquiátricos al dominio de la Escritura.

Con esta aplicación en la mano, la siguiente tarea es incrementar nuestra comprensión de las debilidades físicas. Cuando ayudamos a aquellos que tienen fortalezas y debilidades similares a las nuestras, la categoría del cuerpo es menos prominente, y nuestra comprensión de los detalles de las debilidades corporales permanecen implícitas. Sabemos que la mayoría de las personas pueden leer, escribir, recordar, hacer planes, terminar el trabajo que se disponen a hacer, etc.

Podemos ministrarlos adecuadamente sin conocer los detalles de sus fortalezas y debilidades. El corazón o el alma está en primer plano, el cuerpo en el fondo. Pero hay ocasiones cuando debemos entender las debilidades y diferencias únicas de los demás. De lo contrario, seremos impacientes, sin compasión, y pasaremos por alto pasajes de la Escritura que serían de suma relevancia. 

Por ejemplo, si uno planea encontrarse con un amigo en un café local para hablar de una reciente relación rota, y el amigo no llega a tiempo, uno podría frustrarse o bien recordar que el amigo no puede conducir debido a su visión deficiente y depende de la generosidad de otros para llegar a las citas. Esto sería un ejemplo de una debilidad física obvia, una que es fácil entender.

Las fortalezas y debilidades del cerebro son más difíciles de entender. Algunas personas son incapaces de juzgar el paso del tiempo. Mientras que la mayoría sabe que limpiar una cocina tarda al menos una hora, algunos piensan que pueden limpiarla antes de ir a la iglesia, aunque saben que deben salir de la casa en diez minutos para llegar a tiempo. Si ignoramos la categoría bíblica de fortalezas y debilidades, estaremos predeterminados a suponer que el limpiador atrasado pero bienintencionado es inmoral más bien que un mal juez del tiempo. Un «diagnóstico» causará frustración y conflicto; el otro incentivará la paciencia y la resolución de problemas.

Consideremos la depresión. ¿Es posible que alguien se sienta emocionalmente decaído, si no emocionalmente muerto, y que tal desánimo sea una expresión de debilidad cerebral o corporal? ¿Es pecado sentirse emocionalmente muerto? Aquí hay que considerar algunas complejidades.

Por ejemplo, en la vida cristiana se manda el gozo, y algunos podrían sugerir que el abatimiento emocional transgrede ese llamado. No obstante, la mayoría de los cristianos convendrían en que, si alguien vive con un dolor físico agudo, no se esperaría una exuberante manifestación de gozo. Más bien oraríamos pidiendo gracia en medio de la debilidad, y esa gracia se podría expresar en simplemente soportar el dolor, con pocas o ninguna manifestación visible de gozo, mientras sigue creyendo que Dios escucha y está cercano.

Ahora añadamos a la lista. Las debilidades podrían incluir la experiencia física de pánico, alucinaciones, sueño interrumpido, mala memoria, agitación física, una mente que vuela de una cosa a otra, o una incapacidad para hacer planes útiles y prácticos.

Los padres hábiles ven naturalmente a sus hijos como almas corporizadas. Ellos no excusan el pecado en sus hijos, pero entienden que cada hijo tiene particulares fortalezas y debilidades, y el hijo que siempre está haciendo un desastre podría ser altamente táctil y se siente más cómodo cuando siente ciertas texturas. Tales padres no identifican inmediatamente los inconvenientes personales como desobediencia. Más bien, como atentos estudiosos de sus hijos, trabajan para distinguir entre inmadurez (es decir, incapacidad) y desobediencia. Con los problemas psiquiátricos, nuestro objetivo es llevar estas mismas habilidades a las relaciones adultas.

2. Experimentamos problemas y dificultades

La otra herramienta teológica necesaria para ministrar de manera sabia y amorosa es una teología de las dificultades y el sufrimiento. Los problemas de la vida se agrupan en torno al pecado, el sufrimiento, o ambos. Si hay debilidades cerebrales o corporales en los problemas psiquiátricos, entonces necesitamos acceder a las buenas y consoladores palabras de Dios para aquellos que sufren.

También necesitamos aquellas palabras para sus familias y amigos. Imagina que tienes un hijo talentoso e involucrado que al final de su adolescencia comienza a retraerse. A medida que comienza a rehuir las relaciones, el trabajo, y la educación, se vuelve cada vez más excéntrico, luego extraño, luego incomprensible. Los padres sienten que están perdiendo su relación con su hijo, no tienen idea de cómo ayudar, están viendo que su vida se desmorona, y reciben consejos pedidos y no pedidos que a menudo implica la culpabilidad de ellos en lo que está sucediendo. Una teología del sufrimiento se extenderá tanto al hijo como a la familia.

La iglesia cristiana tiene una creciente provisión de buenos libros sobre el sufrimiento, aunque todavía tenemos patentes deficiencias en nuestro ministerio a los sufrientes, como muchos sufrientes pueden atestiguar. Entre las enseñanzas importantes destacan tres.

1. Dios se ha revelado como el compasivo (Éxodo 34:6). Él se conmueve con el sufrimiento de su pueblo. 

2. Después de la muerte y resurrección de Jesús, ya no podemos pensar que nuestro sufrimiento sea una consecuencia de nuestro pecado personal (a menos que el vínculo sea obvio). Si bien la historia de Job debería haber sido todo lo que necesitábamos escuchar, la muerte y el sufrimiento del perfecto sugiere todo lo contrario: los mejores son los que sufren.

3. El sufrimiento tiende a volvernos a nuestro interior. En lugar de eso, los Salmos nos recuerdan que el sufrimiento es un tiempo para hablar abiertamente desde el corazón al Dios que escucha.

Comprender a las personas complicadas

Equipados con estas herramientas básicas, junto con un conocimiento operativo de la doctrina de la santificación, nos acercamos a aquellos cuyos problemas han sido etiquetados en categorías psiquiátricas y trabajamos para entenderlos. El simple propósito de conocerlos es animarlos y ayudarlos en su crecimiento espiritual. Cuanto mejor entendemos a alguien, tanto más apropiada y significativa puede ser nuestra ayuda. Pero hay más.

Con muchas personas, el conocerlas las ayuda. Ser conocido es útil en sí mismo. Si uno se ha sentido incomprendido y marginado la mayor parte de su vida, y alguien se toma el tiempo para conocerlo y realmente entenderlo, uno será bendecido. Conocer y ser conocido es un distintivo del reino de los cielos. Ello conduce a la unidad, la cual es rectamente premiada y es disfrutada por el pueblo de Dios. En otras palabras, el Espíritu puede usar el simple acto de conocer a alguien como un medio de crecimiento espiritual. Pero hay más.

Hay personas que han llorado cuando el manual DSM inicialmente los identificó. Encontraron alivio, incluso algo cercano al gozo, en finalmente tener palabras para su problema. Hallaron consuelo, aunque el instrumento solo era una definición en un sitio web. Podemos entender cómo le puede suceder esto a una persona que por mucho tiempo ha sido incomprendida, pero podríamos no prever las consecuencias.

Como regla general, quienquiera que te entienda mejor tendrá la mayor influencia. La persona que lloró ante la definición de TDAH nunca lloró en la iglesia, sino que sentía que era una desadaptada entre personas normales. De esta forma, ella seguirá asistiendo a la iglesia, pero las formas de pensar psiquiátricas guiarán su vida, y las respuestas psiquiátricas se convertirán gradualmente en su esperanza. La apuesta de comprender a las personas es, de hecho, más alta de lo que percibimos.

Con esto en mente, las siguientes son algunas personas complicadas que queremos entender. Todas ellas también están tomando medicamentos psiquiátricos prescritos. Trata de ponerte en la posición del pastor o el amigo sabio y considera qué dirías en tanto que los animas y los guías en su crecimiento cristiano.

Trastorno por déficit atencional con hiperactividad

¿Tienen las personas un trastorno psiquiátrico siquiera? En lugar de pensar en términos de sí o no, es más útil pensar en más o menos.

Janet tenía más de un trastorno psiquiátrico.

«Vuelvo a casa en una hora».

Ella iba a comprar algunas verduras para la cena en un almacén cercano. Normalmente su esposo preparaba la cena, pero ella quería bendecirlo y darle la noche libre. No estaba segura de qué iba a comprar, y aún no había decidido qué más iba a hacer para la cena. Algo sencillo. Los hijos estaban grandes. No se necesitaba nada elaborado. Eran solo su esposo y ella.

La mayoría de las personas calcularía veinte minutos para la tarea, pero Janet sabía que habitualmente subestimaba el tiempo que tardaba en realizar cualquier cosa, así que dobló una estimación realista y la redondeó hacia arriba. Ese fue un excelente comienzo.

Cinco horas más tarde entró por la puerta, disculpándose, reprochándose antes que lo hiciera su esposo, triste por haberse perdido la cena improvisada que su esposo había preparado y comido, y se mortificaba por haberlo hecho de nuevo.

Había salido de la casa comprometida a una ruta directa: de la casa a la tienda y de vuelta. Pero salió de la casa, se fijó en que una tienda de artículos de oficina tenía una gran oferta en tarjetas de Navidad y, como siempre quería ser cautelosa con el dinero, a pesar de que era agosto, pasó a comprar algunas tarjetas. Las tarjetas le recordaron que necesitaba comprar un regalo de cumpleaños para la fiesta de su sobrina que se acercaba. Como ya había salido, fue a una tienda de juguetes en un pueblo vecino y, después de mucha deliberación, se decidió por tres regalos. Ya llevaba dos horas y media de viaje.

Como ya se venía la hora punta, ella tomó un desvío que la alejó de su casa pero la llevó en la dirección general de la casa de su amiga cercana. Esta amiga le había compartido hacía poco que su vida era agobiante, así que Janet pasó a orar con ella. Mientras estaba allí, limpiaron la cocina hasta que empezó a oscurecer, cuando de pronto Janet se dio cuenta de que necesitaba volver a su casa. Después que la multaron por hacer un giro abrupto que interrumpió el tránsito, finalmente llegó a la casa, sin las verduras. Tiempo transcurrido: cinco horas, diez minutos. Multa: 73.50 dólares.

Con la excepción de su esposo, todos aman a Janet. Ella es generosa y nunca se distrae cuando está con uno, como si uno fuera la única persona en el mundo. Es una trabajadora incansable, una extraordinaria diaconisa. Todos la aman, pero quizá no querrían vivir con ella, y ciertamente no la contratarían para nada que exija organización.

Su casa está desordenada. Hay papeles por todas partes. Nadie recuerda la última vez que la mesa no se usó para algo que no fueran montones.

Su esposo simplemente vuelve los ojos. Entre las diatribas furiosas y reproches ocasionales, que los amigos y parientes rara vez escuchan, él es cortés pero distante. Los miembros de la familia creen que él es un santo.

Si tuviéramos que caminar junto a Janet, el camino de la santificación comenzaría con entenderla, lo cual significaría verla a través de los lentes de la Escritura. En algunas situaciones, el ministerio es directo. Hay pecado o sufrimiento. Cuando se dan ambos, como ocurre inevitablemente, hacemos juicios pastorales sobre lo que es más prominente. Pero hay otras situaciones cuando nuestra comprensión puede ser borrosa o miope. Esto no es culpa de la Escritura; las deficiencias son nuestras.

En un principio, podríamos ver a Janet a través de los lentes de «que lo que dices sea simplemente “sí” o “no”» (Mateo 5:37). Janet le dijo una cosa a su esposo e hizo otra. Es una forma de mentira. Pero la mentira normalmente es intencional, y Janet no intenta engañar. Lamentablemente, si el alma corporizada está ausente de nuestros lentes bíblicos, quizá no veamos nada más.

Cuando la consideramos como corporizada, de inmediato nos volvemos más pacientes, lo cual sugiere que estamos en la ruta correcta.

«Janet, ayúdame a entender en qué estabas pensando cuando saliste de la casa. Estas tareas extendidas han ocurrido antes. Has salido por un artículo y has vuelto horas más tarde con mercancía, pero sin lo que pensabas comprar».

Janet entre sollozos ni siquiera puede responder.

Planificar y mantener múltiples tareas en mente son capacidades que damos por sentadas, a menos que seamos muy malos planificadores y nos distraigamos fácilmente. Janet es desastrosa en la secuenciación lineal y puede distraerse al punto en que apenas recuerda su plan original. Sus distracciones son cosas buenas —ahorro de dinero, orar con una amiga— pero vuelven caótica su vida.

Cuando mis propias hijas eran jóvenes, teníamos una regla de que limpiaran su cuarto cada sábado. La mayoría de los sábados mi esposa o yo las supervisábamos cuando no escuchábamos mucho durante algunas horas, y normalmente encontrábamos la habitación en su estado salvaje.

¿Por qué? Ellas encontraban un juguete querido bajo el desastre o quizá un buen libro, y se concentraban en lo que hallaban.

¿Pecado? Sin duda que no. No les dábamos plazos para terminar la limpieza. Normalmente era divertida la facilidad con que se distraían. A veces les ayudábamos con la tarea porque les costaba saber dónde empezar.

Con los niños uno espera cosas así, pero con los adultos uno espera que sean como nosotros. Si nosotros podemos ir a la tienda y volver en una hora, los demás también pueden. Si podemos limpiar un dormitorio sin detenernos a cada minuto para disfrutar de un amigo redescubierto, los demás también pueden. Y nos frustraremos con aquellos que transgredan nuestros estándares.

«Janet, debe ser difícil sentir que uno falla en todo. Con cada nuevo incidente, de seguro te sientes cada vez más desesperanzada. ¿Tienes alguna idea de cómo podría ayudarte?».

Entonces Janet llora porque alguien la entiende.

Depresión

Susana, casada y dos hijos, ha estado deprimida durante veintitrés de sus cuarenta años. La depresión rara vez es una desdicha constante e interminable. Susana ha tenido momentos cuando estuvo menos deprimida y momentos cuando estuvo más, y las fluctuaciones siguieron un patrón más o menos anual, pero le resulta muy difícil identificar un día que no haya estado deprimida.

Ella describe la depresión como una muerte interna y a la vez una inmensa agitación, como si fuera a estallar si no escapa o hace algo. El fracaso, la desesperanza, y los pensamientos suicidas son su compañía diaria.

Ella conversa al menos una vez por semana con una buena consejera que es compasiva y, hasta donde se sabe, dirige su atención a la Escritura y a Jesús. Susana considera que la ayuda de la consejera es un salvavidas. Piensa que sin ella estaría muerta. También ve a un psiquiatra y ha probado casi todas las variantes posibles de medicamentos antidepresivos.

Supongamos que tienes una relación de amistad con Susana. Sabes que ella lucha con la depresión, y a veces oras con ella, pero habitualmente les dejas el ministerio a los expertos. Recientemente te has involucrado más debido a una llamada de emergencia que ella hizo a la iglesia, y el personal de la iglesia te alertó sobre la reciente crisis de Susana. 

«Sean pacientes con todos» (1 Tesalonicenses 5:14). La escuchas y descubres que efectivamente su situación es grave. Dado que hay otros que también la conocen y podrían decidir hospitalizarla, tú estás libre de esos desafíos y puedes enfocarte en entenderla, orar por ella, y buscar palabras de aliento para darle.

Ella está agitada. No sabe lo que quiere o necesita. Cuando vas a la Escritura, te ignora. Cuando vuelves a hacerlo, se frustra.

«¿No ves lo que ocurre? ¡No quiero escuchar la Biblia!».

Le preguntas si has malentendido su dolor o has dicho algo ofensivo, y ella se calma momentáneamente, pero queda claro que se agita más cuando le ofreces verdad bíblica.

En tanto que tratas de entenderla con la categoría de alma corporizada, crees que la depresión podría ser un duro sufrimiento que puede surgir sin un motivo visible. Spurgeon dijo desde la experiencia propia: «Se puede estar rodeado de todas las comodidades de la vida, y no obstante estar en una desdicha más sombría que la muerte si el espíritu está deprimido. Puede que uno no tenga ninguna causa externa para la tristeza, pero en la mente abatida, el sol más radiante no aliviará la desolación» (Elizabeth R. Skoglund, Bright Days, Dark Nights with Charles Spurgeon in Triumph over Emotional Pain [Baker, 2000], 69). La depresión puede provenir de un desorden corporal. El sentimiento de depresión no transgrede los mandatos de Dios.

 No obstante, los cuerpos con un desorden no son lo bastante poderosos para volvernos indiferentes o contrarios a la Escritura. Nuestra respuesta a la Palabra de Dios es un asunto espiritual. Pero ahora no es el momento de insistir en este asunto con Susana. Su relación se ha tensionado y no quieres que se rompa. Así que la escuchas y consideras hechos que podrían alentarla, tales como simplemente pasar tiempo con ella cuando se siente más vulnerable y ayudándola en la casa. Volverás a los asuntos espirituales cuando creas que ella puede escucharlos.

Ataques de pánico

Esteban siempre tuvo una tendencia a la ansiedad. Prefería las rutinas y, a los cuarenta y cinco y soltero, con el mismo trabajo por veinte años, era capaz de mantener una vida relativamente predecible. Cuando enfrentaba situaciones que lo tomaban por sorpresa o simplemente eran nuevas, a veces observaba síntomas físicos tales como sudor y aumento del ritmo cardiaco, pero las soportaba y solo los amigos cercanos notaban su tensión.

Hace unos siete años, fue desafiado a afrontar sus ansiedades antes que manejarlas, y se tomó ese consejo en serio. Estudió la Escritura en torno a la ansiedad y el temor, y leyó buenos libros tanto sobre una forma bíblica de abordar la ansiedad, como de crecimiento cristiano en general. Compartió sus luchas con buenos amigos y ancianos de la iglesia, y estaba presto a pedir oración.

Su crecimiento era obvio. Todos tenemos nuestras áreas de lucha, y Esteban siempre tenía que vigilar las ansiedades invasoras, pero la ansiedad era crucial en su santificación. Es por ello que estaba impactado cuando tuvo su primer ataque de pánico.

Había salido a cenar con unos amigos cercanos. La comida era buena y la conversación edificante. Entonces percibió una sensación visceral que parecía comenzar en su estómago y subir a su pecho. En pocos segundos sentía que no podía respirar. Se disculpó para dejar la mesa, salió del restaurante y se apoyó en un árbol cercano esperando morir o por falta de aire o de un ataque cardiaco. El episodio fue tan intenso que comenzó a vomitar, como si su cuerpo se hubiera movilizado para un ataque nuclear.

Para el momento en que uno de sus amigos salió, el episodio se había calmado, pero él le pidió a su amigo que lo llevara a una sala de urgencia cercana. El médico realizó una serie de exámenes e identificó su experiencia como un ataque de pánico. Le prescribió a Esteban un medicamento contra la ansiedad, que él ha estado tomando.

Si alguien tiene un ataque de pánico, a menudo tienes más. Esteban comenzó a tener ataques de pánico alrededor de una vez al mes, casi siempre en momentos cuando estaba relajado: viendo una película, haciendo alguna tarea del fin de semana, preparándose para ir a la iglesia. Él supuso que eso significaba que había fallado en el tratamiento de sus ansiedades. Su atención espiritual debe haber sido una farsa. Se preguntaba qué trataba de decirle el Señor acerca de pecados profundos a los cuales era ciego. Él te pide ayuda.

Tu primera pregunta busca detalles acerca de estos ataques.

«Cuéntame más acerca de tu último ataque de pánico. Ayúdame a entender cómo es para ti y qué piensas».

La historia que cuenta Esteban se podría aplicar a casi todos sus episodios. Comienza cuando él se siente bien; a veces está con otras personas y a veces solo. Percibe una creciente incomodidad, una sensación de presentimiento y de estar atrapado. Esto da paso a palpitaciones, lo que se siente como si el corazón no puede soportar la fuerza, y dificultad para respirar. Y su primer pensamiento siempre es el mismo.

«Jesús, ayúdame. Rescátame».

El ataque normalmente se calma dentro de cinco a diez minutos y lo deja físicamente exhausto.

Al preguntarle si hay alguna presión en particular en su vida, él identifica el trabajo como un desafío constante. Tiene buenas relaciones con los colegas, pero el trabajo tiene plazos y poco margen de error, y siente que es más apropiado para personas más jóvenes y más ambiciosas que él.

Sería fácil dejar la categoría del alma corporizada en el estante en el caso de Esteban. Aparentemente, la ansiedad es solo un asunto espiritual claramente abordado en la Escritura. Así que pacientemente golpeamos con versículos que él ya ha estudiado. Esteban está abierto y dispuesto a ser instruido, así que aprecia lo que le das. Pero si ese fuera tu enfoque, solo lo estarías viendo en una dimensión. Una teología del alma corporizada te permitirá verlo con más claridad, y le señalará rumbos alentadores.

Considera esto: ¿será posible que las manifestaciones del pánico sean, de hecho, físicas? Podrían ser detonadas por ansiedades espirituales, pero ¿será posible que a veces el cuerpo tenga su propia mente? ¿Podría ser que Esteban le dice a su cuerpo que todo está bien, que hay descanso en Jesús, pero su cuerpo no recibe el mensaje? Para optar por una interpretación cuidadosa, podríamos decir que los ataques de pánico son al menos físicos. Podrían tener contribuciones espirituales.

Cuanto te enfocas en asuntos del corazón con Esteban, descubres una enorme belleza. Quizá el pináculo de la vida cristiana sea «Jesús, ayúdame». Es una resonante declaración tanto de nuestra necesidad como del reinado de la fuerza de Jesús. Si suponemos que la santificación luce como fortaleza, pasaremos por alto la ejemplar fe como de un niño de Esteban. Si buscamos fortaleza en la debilidad, Esteban se convierte, al igual que los recaudadores de impuestos y la mujer descubierta en pecado, en uno de nuestros héroes.

Cómo ayudarles a crecer en Cristo

Una de las tareas más difíciles en el ministerio es conocer a otra persona con precisión. Cuando la otra persona es similar a nosotros, podemos hacer suposiciones. Pero mientras más complejos son los problemas, más errarán el blanco nuestras suposiciones. Necesitamos entender cuidadosamente a la persona, lo que significa que necesitamos que la otra persona se sienta comprendida. Entonces podemos dar los siguientes pasos de santificación.

Trastorno por déficit atencional con hiperactividad

«Janet, esto es lo que entiendo hasta aquí. Eres una sierva extraordinaria. Amas a la gente y estás presta a ayudar. Si necesito que alguien ore por mí, eres alguien a quien llamaría. Bendices a las personas y eres sincera en tu deseo de seguir a Jesús. Pero la vida es tan dura para ti, y para tu esposo también es dura. Tus mejores planes son reemplazados por aquello que atrae tu atención en el momento. La vida se puede sentir azarosa y caótica».

Nótese cómo este resumen identifica las realidades tanto espirituales como físicas.

«Janet, la versión corta es que te sientes como un completo fracaso. Pareciera que todo lo que haces sale mal. Consigues un empleo, la gente ama tu trabajo, luego la tardanza y la distracción causan que te despidan, a pesar de que la mayoría de tus empleadores lamentan despedirte. Ahora estás comenzando a perder la esperanza. Con cada nuevo fracaso, más te deprimes, y probablemente haya momentos cuando crees que todos estarían mejor sin ti».

Resulta que a veces Janet ha tenido pensamientos suicidas. Cuando estos llegan, ella los combate con fe.

Su matrimonio, en el mejor de los casos, son dos personas llevando vidas paralelas. Su esposo se ha retraído. Ha tenido suficiente con que ella diga una cosa y haga otra. Así que te reúnes con ambos.

Él está sereno y atento cuando se encuentran. No cree que resulte algo de que otra persona se involucre. Pareciera que solo está cumpliendo el ritual. Ya ha tenido suficiente con que todo sea por culpa del TDAH.

Tú tratas de señalarle dos cosas a él. Primero, en su esposa hay cualidades loables. Ella hace muy bien las cosas más importantes: ama a Dios y a los demás. Segundo, su esposa efectivamente es muy desordenada y difícil de entender. Si él va a crecer en paciencia, debe conocerla aún mejor. Para este efecto, le preguntas a ella si tiene acceso a un artículo o libro que ponga en palabras su mundo interior. Le preguntas porque piensas si acaso ellos podrían revisar ese material juntos.

Alguien más ya se lo sugirió, y Janet tiene dos libros listos para usarlos. Ha tenido dos libros los últimos cuatro años, pero su esposo nunca ha tenido tiempo realmente para leerlos con ella, y ahora tampoco parece motivado.

El matrimonio está desgastado. Las reparaciones rápidas serán inútiles. Pronto te das cuenta de que el aliento y la oración fieles será lo que más necesitan. En algún punto esperas hablar de perdón con su esposo, pero en este momento, mientras más hablas, menos escucha él, así que lo dejas para otra ocasión.

Te propones dar pequeños pasos. ¿Podrían acordar enfocarse en una tarea? Podría ser llegar al grupo pequeño a tiempo, el lavado, o dejar el comedor utilizable. Solo quieres que concuerden.

Tras un poco de discusión, llegan a acuerdo sobre el comedor. Dado que ella ha intentado y ha fallado tantas veces en esa tarea, le preguntas qué podría ser de ayuda. Ella dice de inmediato: «Si alguien pudiera trabajar conmigo, que me ayudara a decidir qué hacer con algunos de los papeles y el desorden, eso me mantendría en la tarea». Así que creas una lista de nombres con ella, y llamas a las mujeres de la lista. Temes que si ella misma hace las llamadas, el proceso podría tardar meses.

Dos mujeres están dispuestas a ayudar. Así que fijas un horario para que cada una venga una vez a la semana algunas horas. De vez en cuando, el comedor es un objetivo, pero lentamente vuelve a su estado previo si una de las mujeres no puede venir.

Luego de algunos meses, el matrimonio está esencialmente igual. Su esposo ha dicho que va a leer con ella, pero no lo ha hecho. Parece enojado, pero lo dice con amabilidad sin llevarlo a cabo. (Él ha hecho profesión de fe, aunque se involucra poco en la iglesia, lo que significa que no tienes a qué más apelar por ayuda).

Así que te enfocas en Janet, porque ella está ansiosa por recibir ayuda, y te enfocas en las cosas más importantes. Tratas de distinguir entre incapacidad y pecado. Su pecado, por supuesto, es lo más importante de ambos.

Ella confiesa rápidamente su ira hacia su esposo (ella reconoce que parte de su comportamiento proviene tanto de su distracción como de su enojo), falta de amor por ser indiferente a lo difícil que ha sido para él su falta de constancia, e incluso su ocasional alejamiento del Señor cuando lo culpa a él de su debilidad. Y su confesión es con lágrimas y un deseo de que el Espíritu examine su corazón. Esta es otra forma en que ella te bendice en su debilidad.

Intentas pensar creativamente con ella. Pones alarmas, creas listas de quehaceres, y las ubicas en lugares donde ella realmente se cruce con ellas. Estas y otras ideas ayudan, pero rara vez originan nuevos hábitos.

Luego te vuelves nuevamente a las cosas de suma importancia. Le preguntas qué está aprendiendo de la Escritura, de qué manera está amando a su esposo, cómo vigila su enojo, y oran juntos. Las oraciones de ella son maravillosas.

Mientras tanto, el matrimonio marcha a los tropezones, ella se atrasa tan a menudo como llega a tiempo, y podría parecer que nada ha cambiado. Pero, en efecto, ella está siendo santificada. Ella se avergüenza de sus muchas debilidades, pero las ve cada vez más como oportunidades para confiar en Jesús antes que en ella misma. Ella le confiesa su pecado a su esposo, aun cuando él está distante e indolente. Ella ora sin cesar. Está hallando descanso en Jesús (Mateo 11:28-30). Y, de vez en cuando, normalmente cuando está sirviendo a alguien, ves alegría.

No es la transformación que algunos quisieran ver. Es paciencia, que probablemente sea la expresión más elegante del poder del Espíritu. Dios es el Dios de la perseverancia, la resistencia y la paciencia (por ejemplo, Salmo 69:7; 2 Tesalonicenses 3:5), y cuando vemos esas cualidades del carácter en otras personas, estamos viendo la santidad de Dios manifestada.

Depresión

La depresión de Susana es un misterio. ¿Por qué la ha acosado la mayor parte de su vida? ¿Cuáles son sus causas? ¿Por qué la medicación nunca ha ayudado realmente? Con estas y otras preguntas, hay menos razones para buscar a Susana. Si los expertos no tienen respuestas, por cierto tú tampoco.

El ministerio del Nuevo Testamento, sin embargo, no depende de un conocimiento en profundidad del sufrimiento y sus causas. Tanto el pecado como el sufrimiento en última instancia tienen razones que nos están veladas, pero tenemos todo lo necesario para la santificación aun cuando quedan interrogantes.

El cuerpo no puede hacernos pecar.

El cuerpo no puede separarnos de Jesús y el crecimiento en él.

Por aquí podemos empezar.

Cuando los amigos están tomando medicamentos psiquiátricos, caminamos a su lado y los cuidamos. Ellos dicen que a veces es difícil, y la Escritura habla claramente sobre aquellos momentos de prueba. Así que continúas acercándote a Susana y la amas sabiamente.

«Susana, a veces la depresión parece un enemigo invisible con el que es imposible luchar. En esos momentos, sabemos que Dios está haciendo algo, y probablemente no tengamos que mirar con tanta fuerza para verlo. Observa que la agitación aparece cuando tu depresión es intensa. La agitación es similar a la frustración y la ira, y esas son cosas respecto a las cuales podemos hacer algo. ¿Recuerdas cuando te enojaste conmigo por hablar de la Escritura? Tu depresión incluye enojo, y a veces ese enojo intenta alejar a Dios».

La depresión puede preocuparse tanto de los síntomas que pasa por alto realidades espirituales más grandes. Es decir, cualquier forma de sufrimiento es una prueba que pone al descubierto nuestro corazón (Deuteronomio 8:2-3; Santiago 1:2-4). ¿Confiará Susana en el Señor aun en gran angustia? ¿Soportará susana por la fe cuando la vida sea dura?

Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre (Hebreos 12:1-4).

Este texto rara vez se aplica a la depresión, pero cuando la depresión se interpreta como sufrimiento humano, el cual incluye todo tipo de causas, Susana es llevada a Hebreos y muchos otros pasajes. La Escritura ya no guarda silencio. Su objetivo, junto con sufrientes con similar pensamiento en la historia de la iglesia, es soportar por fe. Por la fe, Susana puede aferrarse a las promesas de Dios en medio de las dificultades (Hebreos 11:4).

Como ocurre con todos nosotros, los pecados habituales de Susana tienden a quedar expuestos en su sufrimiento. Podemos creer que somos buenos cristianos hasta que el sufrimiento revela que somos amigos en el buen tiempo. Cuando Dios nos da lo que queremos, lo adoramos. Cuando no lo hace, regañamos, nos quejamos, y nos alejamos, y todas estas reacciones equivalen a menospreciar a Dios (Números 14:11). En esencia, estamos diciendo: «¿Qué has hecho por mí últimamente?».

Estas palabras llegaron al corazón de Susana y ella confesó su pecado al Señor. Confesó que se había puesto por sobre su Señor con juicio más bien que bajo su amor con humildad. Confesó su pretensión de derechos: pensaba que merecía el alivio. La confesión es una evidencia inequívoca de la obra del Espíritu. La confesión es poder en la debilidad.

La depresión de Susana no desapareció repentinamente. Siguió fluctuando en su vida, y aún alcanzaba crescendos en ciertas épocas del año. Pero durante aquellos momentos oscuros, pedía oración y aliento de la Escritura.

Esto es fortaleza en la debilidad. Es la persona interior de Susana siendo renovada aun durante las dificultades.

Ataques de pánico

Con Esteban, tu cuidado pastoral es fácil. Simplemente disfrutas cómo sigue la tradición de los salmistas.

En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios (Salmo 18:6).

Oye, Señor; compadécete de mí. ¡Sé tú, Señor, mi ayuda! (Salmo 30:10).

Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia (Salmo 46:1).

Tu alegría lo bendecirá. Esteban solo ve su debilidad, y atribuye esas debilidades a pecados específicos que aún deben ser descubiertos. Se sorprende al descubrir que sus ataques de pánico han sido ocasiones en que ha caminado más de cerca en los pasos del Siervo Sufriente. Él también redobla sus esfuerzos por descansar en Jesús. Escoge Mateo 11:28-30 para meditación.

Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.

Su anterior trabajo en la Escritura se enfocó en la confianza como lo opuesto al temor. Ahora quiere aprender cómo la confianza puede expresarse en descanso.

El cambio más obvio en él es que está muy abierto respecto a sus ataques de pánico. En lugar de ser una causa de vergüenza, como fueron en otro tiempo, ahora son una forma de ser fortalecido en la debilidad, y quiere que otros lo sepan. En esto, él continúa en la tradición de los salmistas, quienes hacían oír su esperanza en el poder y el amor del Señor.

Israel, espera al Señor. Porque en él hay amor inagotable; en él hay plena redención (Salmo 130:7).

Al estar abierto respecto a su propia lucha, se sorprendió de descubrir cuántos cristianos también experimentaban ataques de pánico, pero estaban demasiado avergonzados para hablar de ello.

Esteban se ha dado cuenta de que los ataques de pánico ahora son menos frecuentes y menos intensos, pero lo menciona al pasar. El cambio en su debilidad es menos importante para él que los cambios en su alma.

Actuar el milagro

Hemos llegado a esperar ciertas cosas de la Escritura. Al confrontar problemas complejos, la Escritura no minimiza esas complejidades; proveerá una percepción que llega más profundo que cualquier enfoque que descuide su mirada, y responderá con orientación simple y clara. Al considerar problemas psiquiátricos, la Escritura cumple esas expectativas. La herramienta primordial que se debe desempolvar es la enseñanza acerca del alma corporizada.

El trabajo arduo está en la apropiada y hábil aplicación de esta enseñanza. Algunos padres tienen un especial talento para distinguir la moralidad y las capacidades mentales, y complementan esos dones con una amplia lectura y humildes preguntas. Algunos maestros de escuela primaria entienden intuitivamente que los niños «malos» a veces son niños diferentes, y las diferencias residen en las fortalezas y debilidades del niño. Los maestros talentosos comprenden tanto lo moral (bueno y malo) como lo físico (fortalezas y debilidades). Muchos de nosotros somos torpes en estos asuntos. Todos podemos crecer en una aplicación más hábil.

En este capítulo hemos seguido a tres adultos diferentes, cada uno con diagnósticos psiquiátricos difíciles aunque relativamente comunes, y los hemos devuelto al dominio de la Escritura. El resultado no fue tanto que los síntomas psiquiátricos menguaran, sino que la santificación se volvió central.

El resultado fue fortaleza en debilidad en tanto que santos incógnitos eran preparados por su aflicción para «un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17 RV95).

Por: Ed Welch
Fuente: Sinners Learning to Act the Miracle
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi

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