
No venir para ser servido
«Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45).
No ser servido
El incidente que suscitó las palabras de Jesús es triste. Dos de sus discípulos, Jacobo y Juan, querían ser servidos con que se les concediera los principales puestos en la gloria de Cristo (Marcos 10:35-37). Cuando los demás escucharon, se indignaron profundamente, porque ellos querían ser servidos recibiendo ellos mismos los puestos principales. Pero el Señor sacó algo bueno de la conmoción. La convirtió en una ocasión para recordarles a sus discípulos que no eran del mundo, y que su característica distintiva debía ser la humildad y la disposición a servirse mutuamente.
«Así que Jesús los llamó» (Marcos 10:42). Nótese la ternura y la compasión. Él les había estado contando a los doce acerca de sí mismo, de la terrible traición, el cruel sufrimiento y la deshonra, la vergonzosa muerte que le esperaba en Jerusalén (Marcos 10:32-34). ¿De seguro sus corazones están deshechos? No, parecen incapaces de pensar en él. Comenzaron a discutir entre ellos sobre quién sería el más grande. ¡Imagina sus caras sonrojadas, sus tonos enojados, sus gestos violentos! Pero «Jesús los llamó», y serenamente calmó los ánimos. Los gobernadores terrenales, les dice, ejercen señorío sobre los demás; «pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque NI AUN el Hijo del hombre vino PARA QUE LE SIRVAN, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:42-45). En resumen, «recuerden que son mis discípulos. El discípulo debe ser como su Maestro».
Evidentemente, esto es algo que nos concierne a todos si somos discípulos de Jesús. Esto nos dice algo sobre qué espíritu deberíamos tener y cómo debe ser nuestra vida cotidiana cada día.
El pasaje nos dice que el Hijo del Hombre vino a servir. Este es un gran tema. No es que Él casualmente sirviera a algunos o a muchos, sino que vino a servir. Ese era su propósito fijo.
Pero este extraordinario pasaje nos dice algo más acerca del Hijo del Hombre. Él NO VINO PARA QUE LE SIRVAN.
Nosotros tendemos a rezongar sobre esto, a olvidarlo, o quizá pasarlo totalmente por alto. Los discípulos de Jesús deben ser «como el Hijo del Hombre» al venir a servir. Sí, y los discípulos de Jesús deben ser «como el Hijo del Hombre» al venir NO PARA QUE LE SIRVAN.
Si se permite una palabra de testimonio personal, me gustaría decir esto. En los altibajos, en el ir y venir de la vida cotidiana, hay pocos pasajes de la Escritura que me examinen como este. Me amonesta, me reprende, y me condena. Siempre me está descubriendo. Y, no obstante, ¡cómo me alienta, me calma, me fortalece, me consuela y me ayuda!
Este deseo de ser servido está en la base de los desacuerdos en la guardería, las peleas en la escuela, las discusiones entre individuos en privado, las guerras entre las naciones. Y lamentablemente, este espíritu no solo prevalece en el mundo, sino también en la iglesia. Como cristianos, no advertimos apropiadamente —quizá no advertimos en absoluto— cuánto pecado y fracaso, cuánta indignación y descontento, cuánto enojo e irritabilidad, cuánta discordia e infelicidad en nuestra vida se debe a nuestro DESEO DE SER SERVIDOS en lugar de NO venir para ser servidos.
¿Acaso no estamos a menudo molestos, enfadados, irritados, indignados? A veces lo demostramos con una tonta exhibición de arrebato; a veces nos contenemos, ¡pero ahí está el desagradable sentimiento! ¿Y por qué? Muy probablemente porque queremos ser servidos y nos hemos decepcionado.
El hecho es que siempre queremos que la gente, las circunstancias, la fortuna (quizá la llamemos «suerte»), el clima, alguna cosa, nos sirvan. ¡Ser servido es tan natural, tan necesario, tan propio! Hemos sido criados para esperarlo. Y si algo nos frustra, fácilmente andamos molestos, malhumorados, irritables, nerviosos, y tal vez acabemos amargándonos nosotros y a los demás.
Qué distinto sería si, como el Hijo del Hombre, nunca viniéramos para que nos sirvan. Veamos algunas ilustraciones.
¿Eres despreciado?
Eres despreciado, ignorado, apartado. O tu empleador, o empleado, no te muestra la debida consideración. O tu vecino no te trata con el respeto debido a tu posición, tus capacidades, tu carácter. Lo percibes muchísimo; de hecho, eso te molesta. ¿Por qué? ¿Es porque viniste a servir, y te privaron del privilegio? No, en absoluto. Es porque tus sentimientos, tus derechos, tus dones, tu posición, tu dignidad, tu importancia no fueron reconocidos. TÚ no fuiste servido. Y viniste para que te sirvan. ¡Esa es la razón de la tormenta!
¿Estás celoso?
O considera la cosa más odiosa: los celos. ¿Qué es eso? Otra persona es elogiada o puesta antes que ti. A otro le va mejor que a ti. Otro es más afortunado que tú. El honor, el éxito, el dinero, la popularidad, el premio ha sido para él. Tú lo querías para ti. Viniste para que te sirvan. Y dado que él ha sido servido, y no tú, ¡estás celoso!
No tienen derecho a ignorarme
«Pero no era justo», dices tú, «no tenía por qué ignorarme, desairarme, tratarme como lo hizo. Y fue totalmente injusto; esa otra persona no debió ser puesta sobre mi cabeza».
Puede que eso sea totalmente cierto, y no estamos excusando el agravio y la injusticia. Pero eres discípulo de Jesús (solo a tales personas me dirijo), y te pregunto, si hubieras venido, como tu Maestro, NO A SER SERVIDO, sino a servir, ¿te sentirías tan resentido, enojado y celoso? El problema es que viniste para que te sirvan.
No me elogiaron
Has sido amable con alguien. Le has prestado un servicio. Hacerlo te ha costado algo. Naturalmente, pensaste que tu bondad sería apreciada. Y no lo fue, al menos no tanto como pensabas que debía serlo. Esperabas abundante gratitud, y que hubiera un poco de revuelo al respecto. Y tu amigo lo tomó fríamente. Estás disgustado. Deseas no haberlo ayudado. Y en tu precipitación ¡casi te sientes inclinado a decir que no volverás a hacerle un favor a nadie! ¿Por qué? Has servido a otro, has ayudado a alguien necesitado. Sí, pero NO TE HAN SERVIDO A TI. Querías que te consideraran extremadamente bueno, benigno y generoso. Es decir, esperabas que te sirvieran con la gratitud, los elogios, y un poco de adulación tal vez, de parte del otro. Sí, cuando venimos para que nos sirvan, ¡a veces realmente recibimos impactos severos!
No me consultaron
Eres una persona de excelente gusto, sólido juicio, buen sentido común. Y encuentras que han ignorado tu consejo, quizá ni siquiera te preguntaron sobre un asunto, en el cual eres una autoridad. No puedes entenderlo. Te sientes ofendido. Tu espíritu está ofuscado. Tu equilibrio está bastante interrumpido. ¿Cuál es el problema? ¿Será que viniste queriendo servir a tu amigo, y al no tomar tu consejo se ha metido en un triste lío? En absoluto. Lo cierto es que se las ha arreglado muy bien sin tu ayuda. El problema es este: TÚ no has sido reconocido. Tu reputación como «autoridad» en materia de gustos o juicio no ha sido servida. No viniste a servir sino a ser servido. ¡Y te has decepcionado!
¿Eres un orador público?
Se anunció que expondrías en una ocasión especial. Se reunió una buena audiencia, y observaste con especial satisfacción que el Sr. Fulano, un cristiano conocido e influyente, estaba presente. Tenías un gran tema, y estuviste muy elocuente. Al concluir, te sentiste extremadamente complacido contigo mismo, y naturalmente esperabas que el Sr. Fulano se te acercara de inmediato, te diera la mano, y te agradeciera cálidamente «por una exposición tan competente, interesante y conmovedora».
¡Pero el Sr. Fulano salió en silencio del salón sin decir una palabra! ¡Qué decaído quedaste! La alegría que habías sentido se extinguió como una vela soplada. ¿Cómo pudo pasar? Tuviste la oportunidad de servir a muchas personas. Pero no fue eso exactamente a lo que viniste. En el fondo de tu corazón, querías que esa conferencia te sirviera A TI. De nuevo es el viejo problema. VINISTE PARA QUE TE SIRVIERAN.
Acerca de tu trabajo
Eres un hombre profesional, eres un hombre de negocios. Te va bastante bien. Tienes suficiente para tus necesidades. Pero has puesto tu corazón en cosas grandes. Y tu éxito está por debajo de tus expectativas. Esto pesa en tu mente. Es un problema diario para ti. Te sientes continuamente deprimido. ¿Qué es lo que realmente hay en el fondo? ¿Será que viniste a servir, y estás decepcionado por no poder servir tan plenamente como esperabas? No, no es eso. Sino que deseas gratificarte más a ti mismo; quieres hacer una mayor ostentación; que te consideren más grande; codicias ser rico. Y tu deseo de estas cosas no es gratificado. NO HAS SIDO SERVIDO.
Y tu juego
Incluso nuestra recreación resulta afectada por este espíritu de venir para ser servido. Fuiste a una carrera, una competencia, un juego. Fallaste. Te ganaron. ¡Qué horrible te sentiste! Ese sentimiento te persigue hasta hoy. Un atleta de Cambridge ganó una carrera tres años seguidos. Si podía ganarla un cuarto año sería un récord. Y se esperaba que ganara. ¡Pero perdió! Me contaron que no sonrió durante semanas. Quería que esa carrera sirviera a su familia. Quería que la gente pudiera señalarlo y decir: «Él ha hecho lo que nadie más ha hecho». Y porque no fue servido, estaba deshecho.
«Pero», respondes, «en nuestros deportes y competencias tenemos que esforzarnos al máximo y ganar. Nuestro objetivo es ser servidos». Sí, por supuesto. Pero, al fin y al cabo, es solo un juego. Y un discípulo de Cristo no debe tomar tan en serio sus juegos. Aun en el campo de juego puede manifestar el espíritu de no haber venido para ser servido sino para servir. Cuando es derrotado, pude disfrutar de la satisfacción de saber que al perder ha sido el medio para servir al ganador.
Servicio cristiano
Pero volvamos a algo más serio que el deporte. Estás involucrado en el trabajo cristiano. Eres maestro de escuela dominical, o visitador de distrito, o funcionario de la iglesia. O quizá ayudas en la reunión de madres, la banda de esperanza, o la sala misionera. Ahora estás pensando en dejar el trabajo. ¿Por qué? ¿Te ha fallado la salud? ¿No tienes tiempo para ello? ¿Los deberes del hogar son muy apremiantes? No, nada de esto es la razón. ¿Entonces no te quieren ahí? ¿Ya no se necesitan tus servicios? ¿Te han quitado la oportunidad de servir? No, la necesidad es tan grande como siempre. La puerta de la oportunidad sigue abierta de par en par. Entonces ¿por qué te estás retirando? Bueno, estás cansado del trabajo, así que piensas dejarlo. Esperabas que fuera de interés para ti. Te pondría en contacto con otros. Te daría una posición en la iglesia. De hecho, PENSASTE QUE TE GUSTARÍA. Y realmente te gustó por algún tiempo, pero ahora te cansaste de él. ¡Ajá! Ya estamos entendiendo. Pensaste que el trabajo te serviría a ti. Y en tanto que te sirvió, estabas dispuesto a continuar en él. Ahora que ya no te sirve, lo vas a dejar. Pero «NI EL HIJO DEL HOMBRE VINO PARA QUE LO SIRVAN, sino para servir, y dar su vida…». ¿Y tu no eres su discípulo?
Estas son solo algunas ilustraciones. Puede que no se apliquen a ti. Pero piénsalo, y cualquiera que sea tu caminar en la vida, o tu relación con tus semejantes, te sorprenderá descubrir cuánto de tu desasosiego, cuántos de tus problemas emergen de esta misma causa: EL DESEO DE SER SERVIDO, en lugar de venir a servir.
En el hogar
Tú y tu amigo viven juntos. Su felicidad mutua es interrumpida por pequeñas frustraciones. Tú eres rápida, y tu amigo es lento. Eres ahorrativa, y tu amigo es derrochador. Eres puntual y tu amigo es impuntual. Eres una persona muy ordenada, y tu amigo desordenado. Te gusta que todo se haga a tu especial manera, ¡tu amigo lo hace todo de cualquier manera! Así que hay roce constante. ¿Pero por qué? ¿Es porque no puedes servir a tu amigo? No, de hecho. Es porque tu amor por el orden o lo que sea, tu gusto por hacer las cosas a tu manera, no es servido. O quizá eres las persona desenvuelta y relajada, y te molesta que tu estilo despreocupado no sea servido.
Supongamos que ambos intentan desear no ser servidos, sino servir y dar.
Es sorprendente la cantidad de pequeñeces que nos alteran. Tu plan para la tarde se frustra. Deseabas un día lluvioso, pero se mantiene bueno. Un visitante llama justo cuando querías salir. Te piden que cantes, pero tu voz está ronca y no te da crédito. La respuesta a tu carta no ha llegado. Tu petición no se te concede. Te interrumpen en medio de un libro interesante. El lápiz no escribe. El vestido no te queda. El fuego no enciende. Algo anda mal con la cena. ¡Los niños hacen tanto ruido!
A veces parece que todo sale mal. No hay nada grande, nada donde poner un dedo. Pero siempre venimos al mundo con nuestros gustos y disgustos, nuestros caprichos y antojos, nuestros deseos y pasatiempos, nuestras modas y manías. Y si no somos servidos en estas cosas pequeñas, tendemos a angustiarnos y a molestarnos con nosotros mismo y los demás.
El camino feliz
Estoy convencido de que la felicidad de nuestra vida depende en gran medida del espíritu con el que venimos al mundo cada día. Si venimos para ser servidos, pronto estaremos inquietos e internamente enojados. Pero si venimos no para ser servidos, sino para servir, será muy distinto. «Hay más bendición en dar que en recibir». Hay más felicidad en servir que en ser servido. Y es mucho más noble. «El que quiera ser el PRIMERO deberá ser esclavo de los demás» (Mt 20:27).
Una precaución
Ahora una precaución. Nuestro texto no dice que debamos ser estoicos, que pase lo que pase no debemos sentirlo. Los fastidios, las irritaciones, las decepciones —las cosas que hemos estado describiendo— por supuesto que las sentimos. (No nos servirían de nada si no las sintiéramos). Pero no es necesario que no angustien. Alguien ha dicho: «No se puede impedir que los pájaros revoloteen sobre nuestra cabeza; pero podemos impedir que aniden en ella». Cuando queremos ser servidos, albergamos el agravio, lo exageramos, le damos cabida, dejamos que anide e incube sus dañinos huevos. Pero cuando deseamos NO SER SERVIDOS, sino servir, no albergamos el agravio, no lo recibimos, le ponemos poca atención, estamos demasiado ocupados para preocuparnos por él. Seamos como Jesús. Él siempre estaba demasiado ocupado pensando en los demás, y sirviéndoles, para preocuparse sobre si le estaban sirviendo o no. Un remedio soberano contra la sensibilidad es estar ocupado atendiendo al prójimo.
Otra precaución
Una vez más, nuestro texto no dice que no debamos ser servidos. No dice que siempre debamos ser despreciados, nunca solicitados; que nunca debamos lograr el éxito; que nunca debamos recibir recompensas y premios; que debamos ir por el mundo buscando injusticia, insultos y maltrato. Nada de eso. No hay nada perjudicial en ser servido, y Jesús lo apreció mucho. A menudo seremos servidos; quizá mucho más si no lo esperamos. El perjuicio está en SIEMPRE SER SERVIDO en vez de servir; en querer ser servido: en buscarlo, en poner nuestro corazón en quererlo, y en decepcionarse, molestarse, alterarse e irritarse si uno no es servido.
Nos hemos extendido hablando de esta falla, el DESEO DE SER SERVIDO, porque es muy generalizada, sus consecuencias son tristes, y principalmente porque muchos de nosotros que habitualmente somos culpables no estamos conscientes del hecho.
El ego debe morir
Y ahora algunas breves palabras acerca del remedio. Ten por seguro que, en el fondo del problema, y en todas sus ramificaciones, está el EGO. Y este viejo enemigo, el Ego, debe ser mortificado, darle muerte. No debemos darle tregua al Ego. Alguien escribió acerca de su ego: «Te envío mis mejores deseos en tu cumpleaños. Espero que estés muerto». Y tenía razón. EL EGO DEBE MORIR.
Considerando este hecho, con qué diferente luz debemos estimar el NO SER SERVIDOS. ¡Bienvenida decepción! ¡Bienvenida dificultad! ¡Bienvenido desdén! ¡Bienvenidas espinas y cardos! TODO ESTO PUEDE SER CONVERTIDO EN UN EXCELENTE RESULTADO. Fracasar en conseguir lo que queremos puede ser un hecho de buena fortuna. La frustración puede ser buena para nosotros. Que nuestros deseos se trunquen puede ser una bendición positiva. Ser pisoteado puede ser algo espléndido. Porque cada vez que no somos servidos, es una nueva oportunidad para que el Ego muera. Y la persona que nos desdeña bien puede ser considerada como un amigo por asestarle a nuestro archienemigo —el EGO— un duro golpe en la cabeza. EL EGO DEBE SER MORTIFICADO. Porque es solo cuando el Ego muere que podemos vivir la vida feliz y victoriosa.
Cristo debe vivir
Pero no basta con la muerte del Ego. Debe ocurrir algo más. Debe vivir Cristo. El Ego muere, Cristo vive. Y Cristo puede vivir en nosotros en proporción a la muerte del Ego. Por tanto, no temamos a la muerte: la muerte de la vida del Ego. Es solo en tanto que el Ego muera y Cristo viva en nosotros que seremos capaces de venir nuevamente al mundo cada día «NO PARA SER SERVIDOS, sino para servir», y en nuestra ínfima medida dar nuestra vida, sacrificarnos, para la gloria de Dios y por el bien de nuestros semejantes.
Por: J. H. Horsburgh © Calvary Chapel Heidelberg
Fuente: “Not to be ministered unto”.
Traducido por: Elvis Castro de Proyecto Nehemías.
Edición: Daniel Elias.
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