
Nada menos que la justicia
Hoy en día tanto conservadores como liberales están de acuerdo en que la justicia era una parte importante del ministerio terrenal de Jesús. A partir de la Regla de Oro (Mateo 7:12) a la parábola del buen Samaritano (Lucas 10:30-70), Jesús no temía que sus enseñanzas tengan implicaciones claras para la justicia social. Tal era incluso una de las principales cosas que lo identifican como el Mesías tan esperado (Isaías 61:1-2; Lucas 4:18-19).
Ahora, claramente Jesús no predicó un “evangelio social”. Hablar de problemas sociales no era el enfoque principal de su ministerio, pero muchos de nosotros necesitamos recordar que era un aspecto de su ministerio. Hablamos bien de los problemas sociales que afectan a las personas de otras naciones en el mundo – y verdaderamente lamentamos los números impactantes de personas portadoras de la imagen de Dios asesinadas, empobrecidas, y víctimas de trata en los países desarrollados y en desarrollo. Pero con demasiada frecuencia, las injusticias locales – aquellas que pasan en nuestras mismas calles y a la vuelta de la esquina, aquellas que se sienten demasiado cerca de casa – son vistas en silencio o con apatía.
Sin embargo la justicia social – ya sea local o fuera – no es sólo algo que Jesús o la Biblia menciona de pasada. Después de salvar a su pueblo oprimido de Egipto, Dios se identifica a sí mismo como un Dios cuyos caminos son justos (Deuteronomio 32:4), un Dios que hace justicia al huérfano y a la viuda (Deuteronomio 10:18). Su pueblo redimido es comisionado a reflejar la imagen de su Dios que se preocupa por las necesidades de los pobres, los oprimidos, y los marginados.
Los profetas del Antiguo Testamento muestran esta misma preocupación. Isaías y Amós hablan apasionadamente contra la injusticia social dentro de la comunidad del pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento, Jesús se identifica con sus seguidores que son los pobres, los encarcelados, los hambrientos, y el desnudo – y dice que descuidar a estas personas es descuidarlo a Él (Mateo 25:31-46).
El susurro de la justicia perfecta
¿Qué le parece, entonces, a la iglesia de hoy hablar de los problemas de injusticia social en nuestras plazas, en nuestras comunidades, y en nuestras ciudades? ¿Cómo podemos abordar las cuestiones de justicia social tales como el aborto y la trata de personas, junto con las prácticas de discriminación, segregación habitacional, manipulación educativa, préstamos abusivos, y pagos discriminatorios? ¿Qué le parece al pueblo de Dios, incrustado en la sociedad de hoy, abordar el racismo sistémico, el sexismo, y el clasismo?
De nuevo, como cristianos bíblicamente fieles, lo hacemos distinguiéndonos del evangelio social. Nuestro objetivo final no es la redistribución de la riqueza, ni nuestra última esperanza está puesta en la capacidad del nuestro gobierno de cambiar su legislación. Más bien, hablamos y actuamos contra la injusticia, no en un intento de crear una sociedad utópica, sino en un esfuerzo por el poder del Espíritu de apuntar a la verdadera sociedad utópica por venir.
Este era el objetivo de nuestro Salvador durante su ministerio en la tierra. El punto de su ministerio de sanidad no era liberar al mundo de la enfermedad en este mundo. El objetivo del ministerio de sanidad de Jesús era apuntar a algo más: el reino de Dios. Jesús sana a los enfermos para apuntar a un día cuando la enfermedad no existirá más, un día cuando un nuevo cielo y una nueva tierra reemplazará este estado actual, y vamos a experimentar que “no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.” (Apocalipsis 21:4).
Más que esto, el ministerio de sanidad de Jesús apuntaba supremamente a sí mismo como Dios, que es el Autor de la Vida, el gobernante todopoderoso sobre todas las cosas incluyendo el pecado y la enfermedad.
Incluso algo más que la justicia
¿Cuál es nuestro objetivo en la lucha por la justicia? La misma de Jesús cuando sanó a los enfermos: glorificar a Dios, traer alegría a los que sufren, y apuntar al glorioso reino donde la enfermedad y el sufrimiento no existirán más. La justicia imperfecta ahora susurra la venida del reino donde existirá la perfecta justicia, la justicia eterna, sin marginación ni opresión. Anticipamos un día en que la discriminación cesará, el racismo será destruído, la trata de personas se detendrá, el inocente no-nacido no será asesinado, y el abuso individual y sistémico será derrotado. Como el cuerpo de Cristo, nuestras bocas y nuestras manos expresan esta verdad, y ésta próxima realidad final estimula nuestro celo para luchar por el cambio ahora.
Y como cristianos, somos estimulados por algo incluso más que la justicia.
Si bien nuestro objetivo es magnificar a nuestro Dios justo y su justo juicio, también tenemos como objetivo mostrar que este Dios es más que justicia. Al hablar y responder a la injusticia social, apuntamos a nuestro Dios que ha mostrado su perfecta justicia y su bondad a nuestro favor, dando a los pecadores culpables el veredicto opuesto de lo que merecíamos por nuestros delitos, mientras que al mismo tiempo permanece perfectamente justo. Mientras estábamos alejados de Dios, bajo la pesada opresión del pecado, Dios actuó con justicia y misericordia, colocando el castigo por nuestros pecados sobre su Hijo perfectamente justo. Debido a la muerte de Jesús en las manos de gente malvada – que lo mataron injustamente – Dios justamente lo aplastó en nuestro lugar, dándonos en gracia la aceptación plena, el gozo eterno, y la vida verdadera.
Buscamos la justicia para las víctimas de la injusticia – y aún más. Extendemos la compasión, porque incluso una justicia mayor se ha logrado para nosotros a través de Jesús. ¿Cómo podemos conformarnos con algo menos que la justicia para nuestro prójimo, cuando Dios mismo nos ha mostrado misericordia?.
Por: Rayshawn Graves © Desiring God.
Fuente: “Nothing Less Than Justice”.
Traducido por: Daniel Elias.
Deja un comentario