
Maestros de escuela dominical: los mejores ganadores de almas
¿Quiénes son los cristianos que ganan almas en casi cualquier iglesia? Con raras excepciones, son los maestros de escuela dominical… y los obreros activos en los departamentos y clases de la escuela dominical. Ve a cualquier iglesia y pídele al pastor una lista de las personas con las que se puede contar para hacer trabajo personal, y de seguro la gran mayoría de las personas mencionadas serán obreros activos en la escuela dominical. (Tomado de A Winning Witness, de G. S. Dobbins, p. 117).
Spurgeon a los maestros de escuela dominical:
Por tanto, al advertir el estado del niño, y poner tu boca sobre la boca del niño, y tus manos sobre sus manos, luego debes esforzarte por adecuarte todo lo posible a la naturaleza, hábitos y temperamento del niño. Tu boca debe encontrar las palabras del niño, de modo que este pueda saber lo que tratas de decir; debes ver las cosas con ojos de niño; tu corazón debe sentir los sentimientos de un niño, para ser su compañero y amigo; debes estudiar el pecado juvenil; debes empatizar con las pruebas de los jóvenes; debes, en la medida de lo posible, entrar en las alegrías y tristezas de la infancia.
No debes preocuparte por la dificultad de este asunto, ni sentir que es humillante; porque si consideras que algo es una adversidad, o un desdén, no tienes nada que hacer en la escuela dominical. Si se te pide algo difícil, debes hacerlo, sin considerarlo difícil. Dios no va a levantar a un niño muerto por medio de ti si no estás dispuesto a volverte todas las cosas para ese niño a fin de si por alguna posibilidad puedes ganar su alma.
Está escrito que el profeta «se tendió sobre el niño». ¡Uno pensaría que se debería haber escrito «se encogió»! Él era un hombre grande, y el otro un simple muchacho. ¿No debería decir «se encogió»? No, «se tendió»; y, cuidado, no hay nada más difícil para un hombre que tenderse hacia un niño. No es un tonto el que puede hablar con niños; un simplón está muy equivocado si cree que su necedad puede interesarles a los niños y niñas. Se necesita nuestro mejor ingenio, nuestros estudios más diligentes, nuestras reflexiones más serias, nuestras facultades más maduras, para enseñar a nuestros pequeños. No vas a revivir al niño mientras no te hayas tendido; y por extraño que parezca, así es. El hombre más sabio va a necesitar todas sus capacidades si quiere convertirse en un exitoso maestro de los jóvenes.
Spurgeon sobre cómo evangelizar:
Necesitamos un cuerpo de francotiradores para seleccionar a sus hombres uno por uno. Cuando disparamos grandes armas desde el púlpito, la ejecución se realiza, pero se erran muchos blancos. Necesitamos espíritus amorosos que recorran y traten con los casos individuales particularmente, con precisas advertencias e incentivos personales. ¡Cuánto mayor bien resultaría de la predicación en las calles si cada predicador al aire libre estuviera acompañado de un grupo de personas que explicaran sus palabras mediante una conversación personal!
Cuando la predicación y la plática privada no son posibles, tienes un tratado a la mano, y este suele ser un método efectivo. Algunos tratados no convertirían a un escarabajo: no contienen lo suficiente ni para interesar a una mosca. Consigue tratados buenos e impactantes, o no tengas ninguno. Pero un tratado con el evangelio decidor y conmovedor a menudo puede ser la semilla de la vida eterna; por lo tanto, no salgas sin tus tratados.
¡Cuánto poder tiene también una carta a una persona! Algunas personas todavía tienen una especie de supersticiosa reverencia por una carta; y cuando reciben una seria epístola de uno de ustedes, respetados caballeros, la consideran algo grandioso. ¿Y quién sabe? Una nota por correo puede dar en el hombre que tu sermón erró. Los jóvenes que no pueden predicar podrían hacer mucho bien si escribieran cartas a sus amigos jóvenes acerca del alma de ellos; podrían escribir muy claramente con sus plumas, aunque pudieran ser reservados al hablar con la lengua.
Última palabra de Spurgeon:
Salvemos hombres por todos los medios bajo el cielo; impidamos que los hombres vayan al infierno. No somos ni la mitad de lo serios que deberíamos ser. ¿No recuerdan al joven que, cuando agonizaba, le dijo a su hermano: «Hermano mío, ¿cómo pudiste ser tan indiferente con mi alma como has sido?». Él respondió: «No he sido indiferente con tu alma, porque con frecuencia te he hablado al respecto». «¡Oh, sí —dijo—, me hablaste; pero de alguna forma pienso que si hubieras recordado que iba hacia el infierno, habrías sido más serio conmigo; habrías llorado por mí y, como mi hermano, no me habrías permitido perderme». Que nadie diga esto de ti.
No debemos considerar la iglesia cristiana como una lujosa hospedería, donde los caballeros cristianos pueden habitar cómodamente en su propia posada, sino como cuarteles donde los soldados se reúnen para ser entrenados y formados para la guerra. No deberíamos considerar la iglesia cristiana como una asociación para la admiración y el consuelo mutuos, sino como un ejército con estandartes, marchando a la batalla, para conseguir victorias para Cristo, para atacar las fortalezas del enemigo, y para añadir una provincia tras otra al reino del Redentor. Podemos ver a los convertidos reunidos en la membrecía de la iglesia como mucho trigo en el granero. Gracias a Dios que está ahí, y que hasta aquí la cosecha ha recompensado al sembrador; pero inspira mucho más el alma la visión en la que consideramos a cada uno de los creyentes como un posible centro viviente para la extensión del reino de Jesús, porque entonces los vemos sembrando los fértiles valles de nuestra tierra, y prometiendo dentro de poco producir unos a treinta, otros a cuarenta, otros a cincuenta y otros a ciento por uno. Las capacidades de la vida son enormes, uno se convierte en mil en un lapso asombrosamente breve. En corto tiempo, unos pocos granos de trigo bastarían para sembrar el mundo entero, y unos pocos santos verdaderos podrían bastar para la conversión de todas las naciones. Solo toma lo que viene de una espiga, guárdalo bien, siémbralo todo, guárdalo de nuevo el año siguiente, y luego siémbralo todo nuevamente, y la multiplicación casi supera la capacidad de computar. ¡Oh, que cada cristiano fuera así, año tras año, el grano de la semilla del Señor! Vive grandiosamente el hombre que es tan ferviente como si la existencia misma del cristianismo dependiera de él, y está determinado a que todos los hombres a su alcance lleguen a conocer las insondables riquezas de Cristo.
Por: Benjamin West
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi
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