Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

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Los perdidos que más amamos

Evangelismo a amigos y familiares

¿Qué es más difícil que compartir el evangelio por primera vez con alguien a quien amas? Compartir el Evangelio por décima vez con alguien a quien amas, incluso después de que ya haya respondido (repetidamente) con rechazo o indiferencia.

En ese punto, a menudo nos sentimos estancados, como si hubiéramos llegado a un punto muerto con nuestro amigo, hijo, vecino o cónyuge. Hemos orado fielmente, hablado el Evangelio con claridad y amado con paciencia. Pero no ha habido señales de movimiento o progreso. ¿Qué más podemos hacer?

No planeamos rendirnos. Hay mucho en juego. Pero sabemos que la repetición no deseada de las mismas palabras del Evangelio puede repeler en lugar de atraer, endurecer en lugar de suavizar. Entonces, ¿qué hacemos después? ¿Andar de puntillas en una conversación? ¿Te conformas con las bromas? Nos sentimos cansados ​​y desanimados. Podríamos volvernos cínicos y resignarnos a lo que parece la realidad inevitable de que la persona que nos importa nunca seguirá a Jesús.

¿Qué decimos cuando ya lo hemos dicho todo? ¿Cómo podemos perseverar en la búsqueda de los perdidos que amamos?

Cómo salir del estancamiento

Hay varias respuestas útiles para aquellos de nosotros que luchamos de esta manera. Primero, puede ser que estemos demasiado concentrados en nuestra propia habilidad (o falta de ella) para ganar a la persona que amamos.

Jesús nos aleja de nosotros mismos y nos enfoca a la soberanía de Dios. Podemos confiar en que, en su momento, Dios atraerá a su pueblo hacia su Hijo (Juan 6:44). Puede ser que estemos demasiado absortos con nuestra actual falta de éxito. En cambio, el apóstol Pablo nos señala hacia el futuro: “No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos.” (Gálatas 6:9).

Otra causa de nuestra desesperación y confusión puede ser la mentira de Satanás de que estamos lidiando con una situación estática. En el fondo, estamos convencidos de que nada va a cambiar nunca. Nuestra razón para sentirnos de esta manera puede ser una creencia tácita que dice algo como esto: Tengo un evangelio inmutable que compartir, y ya lo he compartido (¡varias veces!). No tengo nada más que ofrecer. Hice todo lo que pude. Nada va a cambiar.

“¿Y si la situación con la persona perdida que amamos es más dinámica de lo que Satanás quiere que creamos?”

Pero, ¿qué pasa si la evangelización se trata de más (no menos) que compartir el contenido del evangelio? ¿Qué pasa si las personas son más complejas e impredecibles de lo que pensamos? ¿Y si la situación con nuestro cónyuge, amigo, hijo, padre o vecino es más dinámica de lo que Satanás quiere que creamos? Ante un aparente estancamiento, es refrescante y alentador recordarnos tres realidades dinámicas en cualquier relación con un ser querido perdido.

Esta persona cambiará

Es muy fácil creer que el ser querido que repetidamente te ha rechazado o abatido siempre rechazará el evangelio. Pero la gente cambia. Existe el mito popular de que cada célula de nuestro cuerpo se reemplaza cada siete años, por lo que somos literalmente personas diferentes cada 84 meses. Si bien es falso, es una metáfora útil de lo que realmente es el caso. Tú de 45 años eres (o serás) una persona diferente a ti de 35 años (que era diferente a ti de 25 años). Y esto debería darnos esperanzas.

Tengo un amigo que comparte el evangelio con cientos de residentes de hogares de ancianos cada año. La pandemia ha alterado radicalmente su ministerio, pero ha sido creativo, a menudo visitando a los residentes a través de un iPad sostenido por un asistente del hogar de ancianos. No hace mucho, mi amigo pidió a quienes le apoyan que oraran por un residente llamado Bob. Pre-COVID Bob no estaba muy interesado en el evangelio. Pero ha habido un cambio dramático. Ahora Bob está muy abierto al evangelio, ansioso por recibir visitas, orar y leer la Biblia.

Dios usó un virus para hacer eso. ¿Quién podría haber predicho eso? Ninguno de nosotros sabe cuáles son los próximos cambios en la vida de aquellos a quienes amamos. Cuando sus circunstancias cambien, ellos también pueden hacerlo. De repente, pueden ver el evangelio ya no como inútil o irrelevante, sino como precioso y esencial.

Tú cambiarás

Durante mis estudios de pregrado, compartí una casa con varios otros estudiantes, uno de los cuales era un inglés. Nos veíamos con bastante frecuencia en la cocina mientras preparábamos la comida, y en el transcurso de nuestras muchas conversaciones, a menudo era natural para mí decir cosas como, “Estaba leyendo algo interesante en la Biblia esta mañana” o “Fui realmente desafiado por lo que escuché en la iglesia hoy”. Este era solo yo siendo yo, compartiendo mi propia vida (como lo hacen los amigos).

Con el tiempo, pude compartir el evangelio con mi amigo a través de estas conversaciones en la cocina. En ese momento, no me di cuenta de todo lo que estaba sucediendo en su vida. Estaba sufriendo y buscando, y el evangelio llegó a ser atractivo para él. Una noche en particular, una que nunca olvidaré, me detuvo en la sala de la casa que compartíamos y me dijo que se había hecho cristiano.

Una de las razones por las que nos sentimos estancados en nuestro evangelismo puede ser que hemos reducido erróneamente nuestra tarea a compartir un mensaje sobre cómo ser salvos. Ese mensaje es crucial y central, pero si es todo lo que tenemos para compartir, y ya lo hemos compartido y ya ha sido rechazado, podríamos sentirnos estancados. Pero nuestra tarea es más rica, más profunda y más completa que eso. Debemos compartir el evangelio y a nosotros mismos (1 Tesalonicenses 2:8), porque una vida redimida por el evangelio vuelve a contar el evangelio pero con detalles únicos, personales y con los que se puede relacionar.

Por lo tanto, se pueden tener muchas conversaciones fructíferas sobre el evangelio incluso después de que nuestro ser querido haya rechazado el evangelio. Por ejemplo, podemos seguir expresando lo que significa el evangelio para nosotros. Podemos compartir cómo las nuevas luchas y reveses nos están ayudando a confiar más en Cristo. Es completamente posible hacer esto de una manera natural, no forzada y sin sermoneo. A medida que experimentamos más del Cristo que amamos, podemos expresar esto a las personas que amamos. Nunca nos quedamos con una sola cosa que decir.

Tu amistad cambiará

Tengo un amigo de toda la vida que no conoce a Jesús. He frecuentado su establecimiento comercial durante muchos años, no tanto porque crea que necesito lo que él vende, sino porque sé que él necesita lo que yo estoy ofreciendo.

“No creas la mentira de que nada cambiará nunca, de que no hay nada más que decir o hacer.”

Al principio de nuestra amistad, hablábamos sobre el clima y los deportes. Luego comenzamos a compartir sobre nuestros hijos y familias. En los años transcurridos desde entonces, hemos hablado de cosas como la iglesia, el evangelio, la muerte y la amistad. Cuando estoy solo en su tienda, la conversación puede llegar a ser muy profunda muy rápido. Lo he invitado a la iglesia en numerosas ocasiones y nunca ha aceptado. Le he explicado el evangelio y él no ha creído. Pero tengo esperanza, en parte porque nuestra amistad no es estática.

Puedo decirle más ahora que hace cinco años. ¿Qué podría decir dentro de cinco años? No asumas que tu relación con tu amigo, hijo, vecino o cónyuge siempre estará donde está hoy. De hecho, asume que cambiará. Y pídele a Dios que abra puertas a través de esos cambios.

No te rindas

Mi amigo que ministra en hogares de ancianos me contó acerca de un hombre llamado Rich, un ex ingeniero, que vive en un hogar de ancianos. Una tarde de Julio, hace uno o dos años, después de una conversación en su habitación, Rich decidió que quería conocer a Jesús. Oró e invitó a Jesús a ser su Salvador. Poco después, comenzó un curso de discipulado con mi amigo, leyendo juntos el Evangelio de Juan. Rich tenía 98 años.

Me pregunto cuántas personas habían compartido el evangelio con Rich a lo largo de muchos años y no lo habían logrado. Me pregunto cuántos habían perdido la esperanza. Pero después de 98 años, Dios lo salvó.

Por favor, no te desanimes. No creas la mentira de que nada cambiará nunca, de que no hay nada más que decir o hacer. No te conformes con la convicción de que tu cónyuge, hijo, vecino o amigo nunca llegará a conocer a Jesús. Sigue orando. Continúa hablando pacientemente a medida que tengas la oportunidad. Sigue amando con el amor de Jesús. Sigue compartiendo los giros y vueltas de tu propia vida mientras te aferras a Jesús y creces en él. Sigue perseverando en la búsqueda de los perdidos que amas.

Por: Stephen Witmer © Desiring God Foundation.
Fuente: “The Lost We Love the Most“.
Traducido por: Daniel Elias.

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