
Las palabras más dulces para las heridas más profundas
Cuando en nuestra vida surge el conflicto, la Biblia suele cobrar vida con un significado y poder renovados.
La Biblia nació en el conflicto: desde la esclavitud en Egipto a vagar (y quejarse) en el desierto; de vivir bajo reyes malvados y opresores a los peores horrores de invasión y exilio; de los apóstoles perseguidos, encarcelados y martirizados al mismísimo Hijo de Dios siendo brutalmente crucificado. No deberíamos sorprendernos de que la Escritura se sienta más familiar cuando nuestras circunstancias se sienten más difíciles.
Dios no solo nos da su palabra para que nos sustente en nuestras pruebas; también nos da pruebas para que abramos nuestros ojos a su palabra. Cuando llega la oposición, o los planes se desmoronan, o las relaciones se quiebran, o la paz se rompe, sus palabras se intensifican con inusitada fuerza y dulzura. Como dice el salmista: «Cuando en mí la angustia iba en aumento, tu consuelo llenaba mi alma de alegría» (Salmo 94:19).
Cuando nuestras heridas son profundas, la sanidad de Dios llega más profundo. Cuando nuestros problemas son vastos, su ayuda es aún más vasta. Cuando nuestras preocupaciones son muchas, más aún son sus consuelos.
Las heridas más dolorosas
El salmo 94 fue escrito por y para una comunidad sufriente. El pueblo de Dios fue asaltado por los malvados, y luego ven que sus asaltantes al parecer se salen con la suya.
¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo
habrán de ufanarse los impíos?
Todos esos malhechores son unos fanfarrones;
a borbotones escupen su arrogancia.
A tu pueblo, Señor, lo pisotean;
¡oprimen a tu herencia!
Matan a las viudas y a los extranjeros;
a los huérfanos los asesinan (Salmo 94:3-6).
Estas personas son más malvadas de lo esperado, saqueando a las viudas y asesinando a huérfanos, pero el siguiente verso puede ser el más inquietante: «Y hasta dicen: “El Señor no ve”», usando el nombre del pacto que Dios le dio a Israel; «el Dios de Jacob no se da cuenta» (Salmo 94:7). Los arrogantes, los malhechores, los homicidas, los malvados; ellos estaban entre el propio pueblo de Dios. No son los celosos e impíos enemigos de Israel. Son parte de la familia.
Del mundo esperamos maldad. Los ataques más dolorosos suelen ser los que vienen de los lugares menos esperados: en nuestro caso, desde dentro de la familia de la fe. En vez de una cálida empatía, recibimos un áspero escrutinio. En vez de correr a apoyarnos en nuestro momento de necesidad, ponen cargas más pesadas sobre nuestros hombros. En vez de ayuda, abandono. En lugar de perdón, resentimiento. En lugar de pureza y autocontrol, licencia. En vez de paz, lucha y conflicto. En vez de paciencia, enojo e irritabilidad. En vez de bondad y afabilidad, abuso. En vez de honestidad, hipocresía. En vez de amor, hostilidad.
¿Dónde nos apoyamos cuando nos abruman y lastiman desde el propio campamento? Nos apoyamos en las promesas, como las cuatro de abajo, que fueron lo bastante fuertes para sujetar, proteger y sustentar al pueblo de Dios mucho antes que comenzaran nuestras pruebas.
1. Dios sabe más que nosotros
Cuando la vida es especialmente difícil, a veces sospechamos que vemos más que Dios. Que todo se compondría si tan solo pudiéramos darle nuestro informe completo, o si nosotros mismos pudiéramos emitir el juicio.
Lamentablemente, a menudo la autocompasión nos vuelve necios:
Entiendan esto, gente necia;
¿cuándo, insensatos, lo van a comprender?
¿Acaso no oirá el que nos hizo los oídos,
ni podrá ver el que nos formó los ojos?
¿Y no habrá de castigar el que corrige a las naciones
e instruye en el saber a todo el mundo?
El Señor conoce los pensamientos humanos,
y sabe que son absurdos (Salmo 94:8-11).
¿Cómo podríamos ver más que Dios, si él formó nuestra retina, diseñó nuestra córnea, y puso nuestro iris? ¿Cómo podríamos escuchar más que Dios cuando él afinó las canciones de los pájaros, hizo que nuestras cuerdas vocales vibraran con significado, y plantó la maravilla de escuchar a través de pequeños agujeros en nuestra cabeza? Lo que sea que veamos, él ve más. Lo que sea que hayamos escuchado, él ha escuchado más. Él conoce esta situación más que nosotros, mucho más.
2. Aun nuestras peores pruebas están llenas de su amor
La maldad del malvado no solo sirve para demostrar la justicia, la ira y el poder de Dios, sino que, en su insondable sabiduría, también sirve para hacernos crecer, madurar, e incluso asegurarnos. Aun cuando los escogidos de Dios atacan a los suyos, el salmo declara audazmente: «Dichoso aquel a quien tú, Señor, corriges; aquel a quien instruyes en tu ley, para que enfrente tranquilo los días de aflicción» (Salmo 94:12-13). Dichoso es el hombre piadoso que es maltratado, porque este sufrimiento lo capacitará en la justicia y lo preparará para un descanso mucho más profundo.
A menudo en estas situaciones queremos considerarnos víctimas y sobrevivientes, simplemente esperando que Dios caiga sobre nuestros enemigos. Pero Dios suele derrotar y humillar a nuestros perpetradores de una forma más profunda. Él hace que aun sus peores esfuerzos y más malévolos sirvan a su amor por nosotros. Él no solo nos da la victoria, sino que nos hace «más que vencedores» (Romanos 8:37).
Cuando finalmente Dios trate con el malvado, él los eliminará para siempre (Salmo 94:23), pero cuando viene a nosotros «no nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades» (Salmo 103:10). Si somos suyos, escondidos en su Hijo, ni un gramo de nuestro dolor es castigo. Proverbios dice:
Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor,
ni te ofendas por sus reprensiones.
Porque el Señor disciplina a los que ama,
como corrige un padre a su hijo querido (Proverbios 3:11-12).
Si somos sus hijos, cualquier dolor que sintamos es en última instancia la amorosa bondad de nuestro Padre con el fin de llevarnos a la justicia, la paz y el gozo. Aun en nuestras peores pruebas, cuando alguien a quien amamos quiere hacernos daño, Dios usa continuamente cada momento, cada conversación, cada injusticia, con amor a nuestro favor, no en nuestra contra.
3. Dios juzgará cada ofensa, y enmendará todo agravio
No importa lo bueno, amoroso y soberano que sea Dios, los males causados siguen siendo malos. Su amor no vuelve los males más buenos. Pero al final él enmendará todo agravio. Un día bastante cercano, «él les hará pagar por sus pecados y los destruirá por su maldad; ¡el Señor nuestro Dios los destruirá!» (Salmo 94:23). No se dejará en nuestras manos la emisión del juicio y la ejecución de la sentencia. En lugar de buscar retribución por nuestra cuenta, corremos a los brazos de un juez mucho mejor: «Señor, Dios de las venganzas; Dios de las venganzas, ¡manifiéstate! Levántate, Juez de la tierra, y dales su merecido a los soberbios» (Salmo 94:1-2).
El apóstol Pablo también conocía la tentación de abrigar amargura, guardar enojo, y buscar venganza. «No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: “Mía es la venganza; yo pagaré”, dice el Señor» (Romanos 12:19). Dios pagará en plenitud cada ofensa cometida contra ti. Si él no lanza a tus perpetradores al infierno, habrá enviado a su Hijo a la cruz por ellos. Habrá estado dispuesto a morir para pagar cualquier perjuicio contra ti. Si dudamos de la justicia de Dios cuando hemos sido agraviados, decimos que o el infierno mismo o la cruz de Cristo son menos que suficientes.
Por lo tanto, siendo aquellos por quienes Cristo murió, no maldeciremos (Romanos 12:14). No seremos orgullosos (Romanos 12:16). Lucharemos por la paz (Romanos 12:18). Incluso cuidaremos de aquellos que nos lastiman (Romanos 12:20). Venceremos el mal con el bien (Romanos 12:21). Confiaremos en que Dios enmendará todo mal que se nos haya hecho.
4. Aun cuando nosotros queramos rendirnos, Dios no lo hará
Cuando estamos bajo ataque, especialmente de otros que se atribuyen el nombre de Cristo, puede que queramos rendirnos y alejarnos. Siempre será más fácil optar por salir del conflicto, de la reconciliación complicada, de morir por causa de los demás (especialmente otros que nos han agraviado). Todos nos cansamos en las relaciones. Pero Dios nunca se cansa de amarnos, y nunca considera marcharse.
El salmista dice: «El Señor no rechazará a su pueblo; no dejará a su herencia en el abandono. El juicio volverá a basarse en la justicia, y todos los rectos de corazón lo seguirán» (Salmo 94:14-15). Él no te abandonará. No te dejará. Viene la justicia. Confía en él, y síguelo a las llamas delante de ti. Él no se rendirá de amarte, y no te dejará quemarte.
El Señor del universo, quien creó la oreja y formó el ojo, le da a toda la humanidad vida y aliento y todas las cosas, quien puede hacer todas las cosas y cuyo propósito nunca puede ser frustrado; ese Dios te dice:
Cuando cruces las aguas,
yo estaré contigo;
cuando cruces los ríos,
no te cubrirán sus aguas;
cuando camines por el fuego,
no te quemarás ni te abrasarán las llamas.
Yo soy el Señor, tu Dios,
el Santo de Israel, tu Salvador (Isaías 43:2-3).
Puede que te sientas débil, frágil, e inestable por ahora, pero Dios será fuerte para ti. Podrás decir: «No bien decía: “Mis pies resbalan”, cuando ya tu amor, Señor, venía en mi ayuda» (Salmo 94:18). Cuando llega el conflicto, y tu alma está abatida, y el dolor del corazón es fuerte, no dejes tu Biblia cerrada. Espera que las palabras de Dios te sostengan como nada más puede hacerlo.
Por: Marshall Segal
Fuente: The sweetest words for the deepest wounds
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi
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