Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

La vida de un sembrador: una vida de fe

Hace algunos años, hablaba con un misionero que había trabajado alrededor de 20 años con un pueblo de Filipinas. Él y su esposa habían trabajado diligentemente para traducir la Biblia a un idioma minoritario, ocupados al mismo tiempo en enseñar al pueblo acerca de Jesús, supliendo sus necesidades físicas, y amándolos profundamente. Después que terminaron el Nuevo Testamento, imprimieron cada preciosa página, enviaron las copias a su aldea, y… las vieron quedar en el estante. Después de todos sus esfuerzos, nadie se interesó.

¡Qué trágico! ¡Qué difícil! ¿Te imaginas trabajar por tanto tiempo entre un pueblo perdido, tratando con su pecado y tu propio pecado en respuesta, extrañando a tu familia y amigos, y para qué? ¿Una Biblia sin uso?

Cosechadores y sembradores

En realidad no me cuesta tanto imaginar como se sintió este misionero. Dave y yo, a veces juntos, a veces por separado, hemos realizado múltiples estudios bíblicos evangelísticos. Incluso en algún tiempo hemos estudiado con las mismas personas en nuestro hogar durante años. Puedo decir honestamente que desde que me gradué de la universidad, nunca ha habido un periodo extendido en el que no haya enseñado la Biblia a nuevos creyentes o a no creyentes.

Sin embargo, después de todo, muchas de las personas en las que he invertido han rechazado a Cristo o se han alejado de su anterior compromiso con él (¡ay!). Nuestra vida actual no es distinta. Somos misioneros de «primera línea» viviendo entre un pueblo perdido. ¿Y en qué me paso los días? Principalmente arrancándome el cabello tratando de resolver cómo escribir los tonos de este difícil idioma. Pareciera que tal vez estemos a distancia de una vida de cosechar aquí.

Pero el caso no es el mismo para todos. Muchos misioneros, evangelistas, y mamás y papás han tenido la gran dicha de llevar a muchos a Cristo. Mi padre es un buen ejemplo de esto. Dios le ha dado a mi papá un asombroso don de evangelización. Aunque nunca estuvo empleado como ministro, francamente no puede evitar llevar personas a Cristo. No hace mucho tiempo compró un auto en la página Craigslist y, cuando recogió el auto, se arrodilló junto a un hombre mientras este oraba para recibir a Cristo. ¡Qué increíble don!

Así que, al ver la cosecha de los demás, a veces me pregunto cuál es mi problema. Mi vida se ha caracterizado por una continua siembra, pero poca cosecha. ¿Estoy haciendo algo mal? Ahora bien, hay un momento para examinar la metodología, y efectivamente nos tomamos el tiempo para hacerlo. Sin embargo, al leer las palabras de Cristo hace poco he llegado a una conclusión distinta: los sembradores no siempre pueden cosechar.

Cuando Jesús hablaba a sus discípulos en Juan 4, les explicó que los campos estaban «maduros para la cosecha», queriendo decir que habría muchas oportunidades evangelísticas. Luego continúa diciendo: «Uno es el que siembra y otro el que cosecha» (4:37). Él dijo que UNO siembra y OTRO cosecha. Aunque sin duda muchas personas pueden cosechar el fruto de sus propias labores, esto claramente indica que no siempre es así. A veces uno no logra ver el fruto.

La idea es por sí misma algo deprimente. Básicamente, si estoy entendiendo bien la Biblia, yo podría trabajar toda mi vida con mis niños y con el pueblo Kwakum y nunca poder ver algún fruto de mi esfuerzo. Y si ahí es donde nos deja la Biblia, yo podría rendirme. Pero, afortunadamente, hay más.

Alegrarse juntos

En el pasaje mencionado anteriormente, Jesús dice:

Ya el segador recibe su salario y recoge el fruto para vida eterna. Ahora tanto el sembrador como el segador se alegran juntos. Juan 4:36

Aquí, Jesús ofrece una gran esperanza alegre a los sembradores: podrás gozarte en el fruto. De hecho, a veces otras personas recogerán la cosecha que tú has sembrado, pero se gozarán juntos.

Hay mucha labor evangélica por hacer y aquel que es cosechador ya está cosechando. Para el sembrador es fácil volverse a su interior y preguntarse qué está haciendo mal porque no está cosechando. Sin embargo, creo que Jesús más bien nos está llamando a mirar a la eternidad donde los cosechadores estarán esperando a contarles a los sembradores todas las formas en que su labor no fue en vano. El sembrador alabará a Dios porque el cosechador finalmente llevó a esa persona de duro corazón a Cristo. Asimismo, el cosechador alabará a Dios por todas las largas noches que pasó el sembrador implorando por el alma de esa persona en oración y en conversación. Sembrador y cosechador por igual admirarán cada uno el trabajo del otro y glorificarán a Dios por ello.

Volviendo a la historia anterior, este misionero explicó que volvió a la aldea 20 años después de partir desilusionado. Mediante algunas conversaciones se enteró de que un hombre, miembro del pueblo, había visitado a otra tribu ¡y escuchó el evangelio y fue salvo! Este nuevo creyente le pidió al misionero veterano una copia de la Biblia en su lengua materna. Salieron juntos y encontraron el polvoriento estante que contenía los empolvados Nuevos Testamentos. Y él le vendió a este hombre la primera copia del Nuevo Testamento en ese idioma. Este nuevo creyente creció en el Señor, y con la ayuda de la otra tribu, plantó una iglesia para su propio pueblo. ¿Y hoy? ¡Muchos en este pueblo han llegado a conocer al Señor!

Este misionero no me dijo exactamente cómo se sintió. Sin duda había gran alegría en ver a personas salvadas. Pero al mismo tiempo puedo imaginar una tentación a frustrarse, al ver que alguien más cosechó el fruto de sus labores. Pero basado en lo que Jesús ha dicho, ahora estoy seguro de que la frustración no perdurará. Un día, lo único que sentirá este misionero es puro gozo: se alegrará junto con el cosechador.

Es probable que mis sentimientos de frustración por la escasa cosecha no sean únicos. Sé que hay pastores que se han esforzado por años en comunidades que no quieren saber nada de Cristo. Sé que hay mujeres que trabajan en centros de embarazo crítico que han visto a una madre tras otra endurecer su corazón y caminar hacia la clínica. Sé que hay mamás y papás que han leído todos los libros, lo han intentado todo, se han vertido en sus hijos, y no han visto fruto. A mis compañeros sembradores, les ofrezco esta esperanza del Salmo 126:5-6:

El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas.

Tu labor no es en vano. Si estás sembrando constantemente, enseñando fielmente la Palabra de Dios, y no ves fruto… un día recogerás cantando tus gavillas. Un día estarás ante el Rey Jesús y él no te dirá: «¡Sembraste demasiado!». No, Él finalmente te abrirá los ojos para que veas todo lo que Él logró a través de tu imperfecta siembra. Yo creo que habrá muchas alegres reuniones de sembradores y cosechadores aquel día. Y hasta entonces, cobra ánimo, y vive una vida de fe. Cree en estas promesas, toma tu bolsa, y sigue sembrando.

Por: Stacey Hare
Fuente: The life of a sower a life of faith
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Marifernanda Artadi

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