Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

niño triste

La razón por la que dejé de odiar a mi padre

Mi padre tomó su primer trago cuando tenía 21 años de edad. Él tomó su último trago 21 años después. Entre su primer y último trago nunca dejó de beber. Él era un borracho promedio.
Cuando él se embriagaba, se enojaba, y si él no estaba de mal humor en una silla mirando televisión, estaba gritando a sus hijos. No recuerdo haber oído la palabra “amor” en nuestra casa. La televisión y las canciones de rock se convirtieron en mis tutores de amor. Ser genuinamente amado por alguien o amar a alguien era algo que las familias normales hacían. No la nuestra.
Nunca llamé a mi papá, “papá” o “padre”. Esas palabras eran tan ausentes como amor. Incluso mientras escribo las letras p-a-p-á, recuerdo cómo todavía parece extraño para mi. Fue diez años después que él murió que volvería a utilizar la palabra papá en referencia a él.
Desde mi primer nacimiento (Job 5:7) a mi segundo nacimiento (Juan 3:7), mi vida estaba en una disfuncional marcha ininterrumpida. Mi padre alcohólico era sólo parte de la historia. Aunque actualmente no lo culpo por los años de mi enojada adolescencia y las cosas malas que elegí hacer durante esa etapa de mi vida, no puedo negar que en parte estaba influenciado por él.
La meta de mi vida como adolescente era salir de mi casa y estar lejos de él. Eso se realizó cuando tuve quince años. Aunque nunca miré atrás, el enojo aún permanecía.
“Aunque la persona que más he odiado murió, eso no quitó mi enojo hacia él.” Click To Tweet

Muerte y enojo

Era el año 1978.
Él murió mientras dormía. Tenía cuarenta y dos años de edad. El diagnóstico del médico fue que él bebió hasta morir. Eso probablemente fue verdad. Tenía complicaciones en los riñones, el hígado, el corazón y algunas otras conocidas y no conocidas enfermedades.
Sorprendentemente, él era un policía sano y atlético antes de que comenzara a beber. Al final de su vida fue un trabajador apenas empleable de tercer turno de producción, que iba de empleo en empleo.
Yo tenía diecinueve años cuando él murió.
En el tiempo que tenía doce años dejé de asistir a la iglesia. Mi madre había perdido hace tiempo la capacidad de hacer que fuéramos a la iglesia. La iglesia nunca fue relevante para nosotros. Era sólo otro lugar donde encontrar malezas (mala hierba).
Sin saber de Cristo o de Sus propósitos para la iglesia, no parecía raro encontrar buena maleza en la casa del Señor, y porque la hierba era más verde en otros lugares, todos finalmente nos desligamos de la escena religiosa.
Enojo, miedo, odio, rebelión, desánimo, y descontento componen mi infancia. Tuve muchos altos y aún más bajos (juego de palabras). Poco después de salir de casa, fui arrestado por allanamiento de morada.
Es asombroso cómo un niño podía estar en tan mal estado y tan airado en un periodo corto de tiempo. El punto focal de mi odio era hacia mi padre. Él era el objetivo más probable por el dolor que he sufrido. Él era un hombre malo justo hasta que se quedó dormido por última vez en 1978.
Llegué a las casa de mis padres justo a tiempo para ver al Servicio de Emergencia Médica sacarlo, cubierto por una sábana blanca, en una camilla. Aunque la persona que más odiaba en la vida murió, esto no quitó mi enojo o hiciera que pidiera disculpas.

Muerte y perspectiva

No se suponía que suceda de esta manera. Quiero decir, él sólo tenía cuarenta y dos años. Él no debía morir. Quiero decir, que yo no terminé de odiarlo. Mi vida, hasta ese momento, era una gran broma y él tenía la última carcajada al decir la última broma sobre mi.
Él murió.
Recuerdo su muerte como si fuera ayer. Fue ese evento que me motivó a decir algo que nunca había dicho antes, algo que nunca se me había ocurrido.
Fue en su funeral cuando murmuré estas palabras: Te amo. Yo estaba de pie delante de su ataúd en McEwen Funeral Home en Monroe, Carolina del Norte. Me acerqué a su ataúd y miré por encima del borde.
En ese momento, salí de mi enojado asombro. Es entonces cuando me di cuenta que me había aferrado a mi enojo demasiado tiempo. Cuando estás enojado con alguien, no piensas en que ellos mueren.
Yo estaba tan envuelto en cómo había sido herido y lo que me hizo, que nunca se me ocurrió que él iba a morir.
Yo no había terminado.
Tenía más para odiar.
Esto no había terminado.
No habíamos terminado.
Pero todo había terminado. Nuestra relación había terminado su curso. Está hecho.
Mi papá me hizo daño. Fui abusado verbal y físicamente. Cada día en mi casa era una reiteración de la tortura y la decepción del día anterior. Él se ocupaba de castigo y yo contaba los días hasta que pude salir del caos.
El odio controló mi corazón. Aunque rara vez le dije algo, mi alma estaba en llamas de miedo e ira. Luego él murió. La muerte es el gran igualador que pone todo pecado en perspectiva.
Viví en lamento por muchos años por ser tan obstinado y orgulloso. Incluso aunque su muerte fue más grande que mi ira, su muerte no removió mi ira. Sólo complicó las cosas, porque me di cuenta que había actuado neciamente.
He pecado… Yo he actuado neciamente y he cometido un grave error. – 1 Samuel 26:21 (NBLH)
Nunca se me ocurrió que mi padre iba a morir. Tenía más odio para dar. Click To Tweet

Muerte de Cristo

Era seis años más tarde cuando alguien me presentó a otro hombre que murió demasiado pronto.
Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, exhaló el espíritu. – Mateo 27:50 (NBLH)
Cuando el Padre abrió mis ojos a la muerte de Su Hijo, todo cambió. Me hice muy consciente de cómo vivimos en un mundo caído que está lleno de gente caída. Empecé a entender la universalidad (Romanos 5:12) y la naturaleza del pecado (Juan 10:10).
Por primera vez en mi vida una mejor respuesta para mi infancia disfuncional empezó a ser clara para mi. Mi padre era un pecador que pecó – por cuanto todos pecaron (Romanos 3:23). Él eligió un camino de injustos (Salmos 23:3) y cualquiera en su camino experimentó su oscuridad.
Yo estaba en su camino.
Pero él no era la única persona injusta en nuestra familia. Yo, también, elegí un camino de injusticia. El pecado que fue pasado a él fue pasado a mi. Era igual a mi padre – No hay justo, ni aun uno. (Romanos 3:10-12).
No tenía el derecho de estar de pie delante de Dios. Encontré que tenía mucho en común con mi padre. La muerte de Cristo empezó a quitar mi perspectiva de lo que fue hecho hacia mi y la colocó en lo que yo había hecho contra Jesús.

Muerte del pecado

Tal vez usted ha sido herido por alguien. Tal vez usted puede hacer tan fuerte el caso contra la persona que le lastimó como yo lo hice contra mi padre.
Según mi cálculo impío, mi padre era más pecador que yo (2 Corintios 10:12). En algún nivel de mi conciencia yo sabía que era pecador, pero era fácil comparar ojo por ojo y cuando lo hice, pude aferrarme en mi ira.
La verdad es que no soy diferente a mi padre. No hay distinción de pecadores a la vista del Señor. Llegar allá en tu forma de pensar es no entender completamente la doctrina del pecado y la doctrina de la salvación.

  • Mi padre fue un pecador. Yo soy un pecador.
  • Mi padre pecó. Yo peco.
  • Mi padre necesitaba de Cristo. Yo necesito de Cristo.

Por lo general, cuando hay una ruptura relacional entre un niño y un padre, el niño es el que articula cómo ha sido herido por su padre pecaminoso. En casi todos los casos su pensamiento será más sobre lo que le hicieron en lugar de lo que le hicieron al Señor.
He cometido ese error. Por muchos años he pasado más tiempo pensando en lo malo que mi padre me hizo que en lo malo que hice contra Dios. Ese tipo de pensamiento es un envenenamiento autoinducido del alma.
Cuando empecé a estar de acuerdo con el Evangelio, ya que se aplicaba a mi infancia disfuncional, empecé a ver. La niebla de enojo empezó a levantarse.
Era una víctima de mi auto-justicia – un dúo mortal.
Una víctima de su auto-justicia es más irritante y consciente de los pecados de otros, en lugar de ser más consciente y más afligido por sus propios pecados.
A la medida que el Evangelio empezó a salir a la luz, comencé a darme cuenta que mi padre no era el más grande pecador que conocía ( 1 Timoteo 1:15). Como Pablo, la perspectiva de mi mismo comenzó a caer en picada.
La disminución incremental de mi autoestima me liberó de la ira que derramó mi orgulloso corazón. Después tomé la posición de Pablo, mi padre, Hitler, y el resto de la gente mala en el mundo, comencé a experimentar la libertad del Evangelio.
Si usted puede hacer la paz hoy, hágala. No espere hasta que sea demasiado tarde. Click To Tweet

El Evangelio

No hay nada que nos haya sucedido a usted y a mí que sea más maligno que el pecado que hemos cometido contra Dios. El evangelio nivela el campo de juego. Con el tiempo me liberó del enojo y del dolor de mi pasado.
Pero más que eso.
El Evangelio me dio entendimiento. Por primera vez en mi vida, empecé a entender a mi papá. Su vida y sus decisiones tuvieron sentido para mí porque yo soy igual a él. Toma tiempo para conocerse a uno, como se dice.
Fue sólo al aceptar que yo era como él que pude ser libre de él. Cuanto más le resistía, más me resistía a la verdad sobre mí. Cuanto más intentaba separarme de él, más lejos y distante estaba del poder del Evangelio.
“Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” Marcos 2:17 (NBLH)
Ya no importaba quién pecó más. El verdadero problema para mi era si humillaría mi corazón ante El Dios Todopoderoso y suplicaría por Su perdón por los crímenes que había cometido contra Él.
Si hay un poquito de falta de perdón en su corazón por algo que se haya hecho contra usted, entonces usted está haciendo dos tristes confesiones:

  1. Usted no entiende el Evangelio de una manera transformadora.
  2. Usted no está dispuesto a aplicar el Evangelio a su situación específica.

Es posible que mi padre pecara más que yo. No lo sé. Sólo Dios lo sabe. Por supuesto, no he terminado todavía. Tal vez cuando esté muerto podamos contar nuestros pecados, categorizarlos, y ver quién era más culpable.
Si usted piensa así, entonces usted no es libre de sus pecados o los pecados de otros. Usted todavía está ligado a ellos. Su libertad vendrá a través de la puerta del Evangelio, no por su continuo enojo hacia aquellos que le han herido.
Aquí está la verdad del Evangelio: Mi padre era igual que yo. Él era un pecador con necesidad de un gran Dios. Él estaba desesperanzado, en bancarrota espiritual, desesperado, y envuelto en pecado. Y yo también.
Esa verdad me liberó de mi enojo. La única tristeza que queda en mí es que no pude contarle sobre el poder redentor y transformador del Evangelio.
Porque estaba lleno de odio, no había espacio en mi corazón para el poder restaurador de Jesús.
Mi llamado a usted es que si usted tiene enojo en su corazón hacia alguien, que sea lo suficientemente humilde y honesto para reconocer su pecado y buscar hacer lo correcto con respecto a esa relación.
Si usted puede hacer la paz hoy, entonces hágala. No espere hasta que sea imposible. (Vea Romanos 12:16-22)
Que el poder del Evangelio gobierne su actitud y sus acciones. Fue el Evangelio que me liberó del odio que tenía por mi padre. Fue el evangelio que me motivó a dejar de odiarlo.
Por: Rick Thomas
Fuente: the-reason-i-stopped-hating-my-dad-2
Traducido por: Daniel Elias

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: