Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

La fe que no obra

Un apartado escrito por uno de los defensores más extremos de la salvación sin señorío pretende explicar la redención: “Incluso en tu mejor momento, no puedes ganar o merecer una relación con Dios. Sólo el objeto de tu fe, Cristo Jesús, tiene el mérito.” Estoy de acuerdo con eso. Es la enseñanza clara de la Escritura (Tito 3:5-7).
Pero el mismo apartado también decía: “Tus pecados personales no son un problema para Dios.” Cuando el autor intenta explicar la fe en términos prácticos, él dice esto: “Tú respondes a Dios el Padre diciendo simplemente las palabras en tu mente. ‘Creo en Cristo.’” [1]
Todo esto se suma a la noción de fe que es un poco más que una táctica mental. La “fe” que el apartado describe no es más que un gesto superficial de la cabeza. Es un simple asentimiento intelectual.
Zane Hodges pone un énfasis similar en el intelecto en su descripción de fe: “Lo que la fe realmente es, en lenguaje bíblico, es recibir el testimonio de Dios. Es la convicción interior de que lo que Dios nos dice en el evangelio es verdad. Eso – y sólo eso – es fe salvadora.” [2]
¿Es esa una caracterización adecuada de lo que significa creer? ¿la fe es totalmente pasiva? ¿es verdad que las personas saben intuitivamente si su fe es real? ¿todas las personas genuinamente salvadas tienen total seguridad? ¿no puede alguien ser engañado al pensar que es un creyente cuando en realidad no lo es? ¿puede una persona pensar que cree pero verdaderamente no cree? ¿no hay tal cosa como fe espuria?
La Escritura claramente y repetidamente responde estas preguntas. Los apóstoles vieron la fe falsa como una peligro muy real. Muchas de las epístolas, aunque dirigidas a las iglesias, contienen advertencias que revelan la preocupación de los apóstoles sobre los miembros de la iglesia que sospechaban que no eran creyentes genuinos. Pablo, por ejemplo, escribió a la iglesia de Corinto, “Pónganse a prueba para ver si están en la fe. Examínense a sí mismos. ¿O no se reconocen a ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes, a menos de que en verdad no pasen la prueba?” (2 Corintios 13:5). Pedro escribió: “Así que, hermanos, sean cada vez más diligentes para hacer firme su llamado y elección de parte de Dios. Porque mientras hagan (practiquen) estas cosas nunca caerán.” (2 Pedro 1:10).
Evidentemente había algunos en la iglesia temprana que coqueteaban con la noción de que la fe podría ser algún tipo de asentimiento estático, inerte e inanimado a los hechos. El libro de Santiago, probablemente la epístola más antigua del Nuevo Testamento, confronta específicamente este error. Santiago suena casi como si estuviera escribiendo a los defensores de la fe sin señorío del siglo veintiuno. Él dice que las personas pueden ser engañadas al pensar que creen cuando en realidad no, y dice que el único factor que distingue la fe falsa de la real es el comportamiento justo inevitablemente producido por una fe auténtica.

Mero oír

Santiago escribió: “Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos.” (Santiago 1:22). Santiago usa un sustantivo (pōietai) “hacedores de la palabra,” o “Palabra-hacedores” en lugar de imperativo directo (“haz la palabra”). Él está describiendo el comportamiento característico, no la actividad ocasional. Es una cosa para luchar, es algo más que ser un soldado. Es una cosa para construir un techo; es algo más que ser un constructor. Santiago no está meramente desafiando a sus lectores a hacer la Palabra; él está diciéndoles que los verdaderos Cristianos son hacedores de la Palabra. Que describe la disposición básica de aquellos que creen para salvación.
Los verdaderos creyentes no pueden ser solamente oidores. La palabra griega para “oidor” (v.22) es akroatēs, un término usado para describir a los estudiantes que auditan una clase. Un auditor por lo general escucha las conferencias, pero se le permite tomar los trabajos y los exámenes como opcionales. Muchas personas en la iglesia de hoy se acercan a la verdad espiritual con una mentalidad de auditor, recibiendo la Palabra de Dios de manera pasiva. Pero el punto de Santiago, mostrado por sus ilustraciones en los versículos 23-27, es que escuchar meramente la Palabra de Dios resulta en una religión vana (v. 26). En otras palabras, el mero oír no es mejor que la incredulidad o el rechazo total. De hecho, ¡es peor! El que sólo oye está iluminado pero no regenerado. Santiago está reiterando la verdad que, sin duda, escuchó de primera mano del Señor mismo. Jesús advirtió fuertemente contra el error de oír sin hacer (Mateo 7:21-27), al igual que el apóstol Pablo (Romanos 2:13-25).
Santiago dice que el oír sin obedecer es un auto-engaño (v. 22). El término griego para “engañar” (paralogizomai) significa “razonar en contra.” Habla de la lógica sesgada. Aquellos que creen que es suficiente oír la Palabra sin obedecer hacen un grave error de cálculo. Se engañan a sí mismos.
Santiago da dos ilustraciones que contrastan a los que sólo oyen con los oidores obedientes.

El espejo

Porque si alguien es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace. (Santiago1:23-25)

“No hacedor” es literalmente “alguien que no hace,” o alguien cuya disposición es oír sin hacer. Al contrario de algunos comentaristas, “mira… en un espejo” no describe una mirada apresurada o casual. El verbo (katanoeō) significa “mirar con cuidado, con cautela, con atención.” El punto de Santiago no que este hombre no pudo mirar el tiempo suficiente, o con la atención suficiente, o con la sinceridad suficiente – sino que él se dio la vuelta sin tomar ninguna acción. “Inmediatamente se olvida de qué clase de persona es” (v. 24). Este pasaje es un recordatorio de los suelos improductivos de Mateo 13. La persona que oye la Palabra y no tiene la respuesta apropiada del corazón. Por lo tanto lo que ha sido sembrado no puede dar fruto.
Santiago está ilustrando la completa inutilidad de recibir pasivamente la Palabra. Santiago 1:21 habla de la forma en que recibimos la Palabra: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban ustedes con humildad (mansedumbre) la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas.” La conjunción “pero” (en RV60) al principio del versículo 22 es equivalente a además, o ahora, dando a entender que lo que sigue no es un contraste sino una ampliación del mandato del versículo 21. En otras palabras, Santiago está diciendo que es maravilloso ser un receptor de la Palabra – oír con aprobación y asentimiento – pero eso no es suficiente. Debemos recibirla como aquellos que serían hacedores. Los no hacedores no son verdaderos creyentes.
Santiago nos da un ejemplo contrastante. Este es el hacedor eficaz: “Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25). La palabra traducida a “mira atentamente” es parakuptō, la misma palabra usada en Juan 20:5 para describir la forma en que Juan se inclinó para mirar dentro de la tumba vacía de Jesús. La palabra es usada también en 1 Pedro 1:12 para los ángeles que anhelan mirar cosas acerca del evangelio. Habla de una mirada profunda y absorbente, como cuando alguien se inclina para hacer un examen más detallado. Hiebert dice que la Palabra “representa al hombre como inclinándose hacia el espejo sobre la mesa a fin de examinar más minuciosamente lo que se revela allí.” [3] Dando a entender que es un anhelo de entender las razones que van más allá de lo académico.
Esta es una descripción del verdadero creyente. En contraste con el que sólo oye, “él se inclina al espejo, y, aferrado a lo que vio, continúa mirando y obedeciendo sus preceptos. Esta característica marca su diferencia crucial con el primer hombre.” [4] En la descripción del hombre que mira la Palabra, continúa en ella, y es bendecido, él está retratando los efectos de la verdadera conversión.
¿Quiere decir que todos los verdaderos creyentes son hacedores de la Palabra? Sí. ¿Siempre ponen en práctica la Palabra? No – o la tarea del pastor sería relativamente sencilla. Los creyentes caen, y a veces caen en maneras espantosas. Pero incluso cuando ellos caen, los verdaderos creyentes no dejarán de tener del todo la disposición y motivación de alguien que es un hacedor. Santiago, entonces, ofrece estas palabras tanto como un recordatorio para los verdaderos creyentes ( el “hacedor eficaz,” v. 25), y un desafío para los incrédulos que se han identificado con la verdad pero no son obendientes a ella ( el “oidor olvidadizo”).

La lengua desenfrenada

Santiago ilustra aún más la naturaleza engañosa de oír sin obedecer:

Si alguien se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana. La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo. (Santiago 1:26-27)

Todos nosotros luchamos para controlar nuestras lenguas. Fue lo que Santiago escribió: “Porque todos fallamos (ofendemos) de muchas maneras. Si alguien no falla en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2). Pero la lengua de este hombre es como un caballo sin freno. Él la deja correr sin control mientras engaña su propio corazón (Santiago 1:26). Él no está luchando contra un periodo transitorio en el control de la lengua. Él está dominado por un patrón que caracteriza su propia naturaleza. Aunque profese ser religioso, su carácter no está sincronizado con su pretensión. Mientras que indudablemente piense de sí mismo como justo, se engaña acerca de la eficacia de su propia religión.
A pesar que la religión externa de este hombre, su lengua constantemente desenfrenada y fuera de control demuestra un corazón engañado e impío, “pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre” (Mateo 15:18). “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45).
Simon Kistemaker señala la importancia de la expresión “engaña a su propio corazón”:

Esta es la tercera vez que Santiago le dice a sus lectores que no se engañen a sí mismos (1:16, 22, 26). Como un pastor él está plenamente consciente que la religión falsa no es más que un formalismo externo. Él sabe que muchas personas simplemente siguen el procedimiento de servir a Dios, pero su hablar los delata. Su religión tiene un anillo hueco. Y a pesar que no se dan cuenta, por sus palabras y por sus acciones – o la falta de ellas – se engañan a sí mismos. Su corazón no está bien con Dios y su prójimo, y su intento de esconder su falta de amor sólo aumente su autoengaño. Su religión es vana. [5]

Esta religión vana contrasta fuertemente con la verdadera religión que es “pura y sin mancha… delante de nuestro Dios y Padre: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (v. 27). Santiago no está intentando aquí definir la religión, sino más bien exponer una ilustración concreta del principio con el que empezó: que la verdadera religión implica más que mero oír. La verdadera fe salvadora, inevitablemente, lleva el fruto de las buenas obras.
Por: John MacArthur. © Grace to You.
Fuente: “The Faith That Doesn’t Work”.
Traducido por: Daniel Elias

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