
Estar bien con no estar bien
El comienzo de la bienaventuranza —y el comienzo de un cambio real— no está en darnos cuenta de que estamos bien, sino en darnos cuenta de que no estamos bien.
No está en convencernos de que somos superiores a todos los demás, sino de que no somos mejores que los demás.
No está en creer que somos fuertes, capaces y competentes, sino en aceptar que somos frágiles, incapaces y débiles, a la vez que somos una creación admirable (Salmo 139:14).
No está en pensar que Dios espera que seamos increíbles, atractivos y estructurados, sino en ganar confianza en que Dios en Cristo ha causado primordialmente que seamos perdonados, amados, fieles y libres. Es desde este lugar —y solo desde este lugar— que tenemos alguna posibilidad de crecer en las virtudes de Cristo.
Es solo cuando podemos clamar: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!», que somos enviados a casa justificados, sin culpa ante él, y confiados en su amor (Lucas 18:9-14). Como ha dicho un pastor amigo, «Dios no nos ama en la medida que seamos como Cristo. Más bien Dios nos ama en la medida que estemos en Cristo. y eso es un cien por ciento».
Es esencial que cada travesía en Cristo comience teniendo presente que ninguno de nosotros tiene la capacidad de mejorar sin la obra redentora y restauradora de Jesús en nuestra vida.
El primer paso en volverse como Jesús consiste en reconocer lo diferentes que somos a Jesús. No debemos suprimir las dudas que tenemos acerca de nosotros mismos. Más bien debemos comenzar a escuchar esas dudas y aplicarles la verdad acerca de Jesús. No debemos intentar levantarnos tomándonos del cinturón. Más bien debemos darnos cuenta de que ni siquiera tenemos cinturón. No debemos pensar meramente que tenemos problemas. Más bien debemos entender que nosotros mismos somos nuestro mayor problema, nuestra peor pesadilla, nuestro peor enemigo.
Como bromeaba Shakespeare: «La falta, querido Bruto, no está en nuestras estrellas sino en nosotros mismos».
En su comentario al Sermón del Monte, el Dr. D. Martyn Lloyd-Jones comparte una perspectiva similar sobre nuestra condición humana:
Lo primero que debes tener presente, mientras miras esa montaña que se te dice que debes ascender, es que no puedes hacerlo, que por ti mismo eres totalmente incapaz, y que cualquier intento por hacerlo por tu propia fuerza es una prueba positiva de que no lo has entendido.
El llamado de Dios en nuestra vida, entonces, es en primer lugar, no un llamado a la acción sino un llamado al quebranto y la contrición, porque a un corazón contrito y humillado él no lo desprecia (Salmo 51:17).
Así que, ¿cómo crecemos hacia la santidad? Como suele decir mi amigo compositor Tom Douglas: «Seguimos adelante tropezando». Este modelo puede sentirse contradictorio, pero el llamado permanece: en medio de nuestro quebranto y fragilidad, continuamos nuestro viaje hacia volvernos más como Jesús.
El deseo del apóstol Pablo para los gálatas del siglo I aún es el deseo de nuestro Señor para nosotros hoy: que Cristo sea formado en nosotros (Gálatas 4:19) y que el fruto del Espíritu —amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio— se convierta en los atributos más dominantes, visibles, crecientes y operativos en nuestra vida (Gálatas 5:22-23).
Si bien permaneceremos menos que completos, y en conflicto y acosados por el pecado hasta nuestro último aliento, no podemos permitirnos ignorar nuestra búsqueda de Cristo y sus virtudes llenas del Espíritu. Si bien nunca lo alcanzaremos plenamente en esta vida, debemos seguir luchando con toda la energía que Cristo provee para la perfección para la que fuimos creados, reconociendo que incluso la lucha es un regalo recibido de él.
E incluso nuestras deficiencias y fragilidades y el reconocimiento de ellas es una gracia, una señal del reino de Dios actuando en nosotros. Como ha dicho Leonard Cohen: «En todo hay una grieta. Así es como entra la luz».
De principio a fin, nuestra confianza no está en nosotros, sino en Dios. Él comenzó una buena obra en nosotros, y él será fiel en completarla hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses 1:6). De la misma forma que nos salvó, él no completará finalmente: por gracia, mediante la fe, y en Cristo, para que solo Dios pueda recibir la gloria.
Por: Scott Sauls © Desiring God Foundation.
Fuente: “Being Okay With Not Being Okay”.
Traducido por: Proyecto Nehemías.
Edición: Daniel Elias.
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