
El sufrimiento le enseñó a mirar a Cristo
Charles Spurgeon (1834–1892)
Las multitudes cubrían las calles, con la esperanza de avistar el féretro de olivo que avanzaba por las avenidas del sur de Londres. Encima había una enorme Biblia de púlpito abierta en Isaías 45:22: «Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra» (RV95). Era el martes 11 de febrero de 1892, y el cuerpo de Charles Haddon Spurgeon era conducido a su sepulcro. Dieciocho años antes, Spurgeon había imaginado la escena desde su púlpito:
Cuando vean mi ataúd llevado a la tumba silente, quisiera que cada uno de ustedes, convertidos o no, se viera impulsado a decir: «Él nos instó, con palabras simples y llanas, a no postergar la consideración de las cosas eternas. Él nos suplicó que miráramos a Cristo» (C.H. Spurgeon’s Autobiography, 4:375).
«Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra»: anteriormente en enero de 1850, esas fueron las palabras que por primera vez le mostraron a Spurgeon el camino de salvación.
Yo esperaba hacer cincuenta cosas, pero cuando escuché esa palabra, «¡mirad!», ¡me pareció una palabra tan encantadora! ¡Oh! Yo miré hasta que casi podría haber perdido la vista. En ese momento y lugar, la nube había pasado, la oscuridad se había disipado, y entonces vi el sol; y en ese instante podría haberme levantado a cantar con los más entusiastas de ellos de la preciosa sangre de Cristo, y la fe sencilla que solo mira a él (Autobiography, 1:106).
Durante 42 años, entonces, desde su conversión hasta su muerte, el mirar a Cristo crucificado de por vida se mantuvo como la piedra angular de la propia vida y ministerio de Spurgeon. Él dedicó su vida a implorar a todos los demás: «Mira a Cristo».
Cómo vino a Cristo
Spurgeon nació en 1834 en Kelvedon, Essex, en el sudeste de Inglaterra. Fue enviado a vivir con sus abuelos cuando era niño, y pasó los años de su infancia formativa en la villa de Stambourne, en el corazón de lo que otrora fue el país puritano de Inglaterra. Allí, su abuelo James, un ministro anglicano y reconocido predicador, bautizó a Spurgeon cuando era infante y lo crió en la casa parroquial en el legado calvinista y puritano.
El joven Spurgeon se retiraba a las oscuras habitaciones de la casa para hurgar en una biblioteca de obras puritanas: Bunyan, Alleine, y Baxter. En ese punto, no obstante, no era creyente. A la edad de 10 años, había caído bajo un fuerte sentido de culpa por su pecado. Devoró esos libros puritanos en busca de respuestas y, no obstante, durante cinco años se sintió como el peregrino de Bunyan, portando una pesada y abrumadora carga. Estaba atrapado en oscuridad y desesperación. «Lo que quería saber era, “¿cómo puedo conseguir el perdón de mis pecados?”… Ansiaba y anhelaba entender cómo podía ser salvo» (Autobiography, 1:105).
Entonces, a la edad de 15 años, en enero de 1850, camino a un lugar de adoración no nombrado en Colchester, quedó atrapado en una tormenta de nieve. Volvió por Calle Artillery y caminó a una pequeña capilla metodista primitiva. El texto del predicador era Isaías 45:22: «Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra», y tras unos diez minutos, con solo doce o quince personas presentes, el predicador fijó su mirada en Spurgeon y le habló directamente: «Joven, luces muy desdichado». Luego, levantando sus manos, gritó: «Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! No tienes otra cosa que hacer sino mirar y vivir». Spurgeon escribió sobre esto más tarde:
De inmediato vi el camino de salvación. No sé qué más dijo —no le presté mucha atención—, estaba tan absorto con ese solo pensamiento. Como cuando se levantó la serpiente de bronce, el pueblo solo tenía que mirar y era sanada, así pasó conmigo (Autobiography, 1:106).
Predicando a Cristo
La vida de Spurgeon fue transformada, y dentro de algunos meses había predicado su primer sermón. Al año siguiente, aceptó su primer cargo de pastor. En 1894, se convirtió en pastor de New Park Street, entonces la iglesia bautista más grande de Londres. La iglesia superó al doble su edificio antes que el Tabernáculo Metropolitano fuera dedicado el 18 de marzo de 1861. Entretanto, en 1856, Spurgeon se casó con Susannah Thompson, y sus hijos, los gemelos Thomas y Charles, nacieron el 20 de septiembre de 1857.
En su sermón inaugural en la nueva iglesia, Spurgeon anunció: «Quisiera proponer que el contenido del ministerio de esta casa, en tanto que permanezca esta plataforma, y en tanto que esta casa sea frecuentada por adoradores, sea la persona de Jesucristo» (Metropolitan Tabernacle Pulpit, 7:401). Este era, en efecto, el gran tema de su predicación y de su ministerio en general.
Aparte de su ministerio de predicación y pastoral (predicaba hasta trece veces a la semana), estableció y supervisaba diversos ministerios, incluyendo un instituto de pastores, el Orfanato Stockwell, diecisiete asilos para ancianas pobres, y una escuela diurna para niños. Estuvo involucrado en la plantación de 187 iglesias. Luego vino la Asociación de Evangelistas, establecida en 1863, para realizar servicios en salones misioneros, capillas, y al aire libre. Dentro de quince años había cinco misiones permanentes, y se realizaban cientos de reuniones cada año. Y todavía no hemos mencionado sus libros. En la imprenta publicó unos 18 millones de palabras, vendiendo más de 56 millones de copias de sus sermones en casi 40 idiomas mientras aún vivía.
Su labor era pesada y dulce
Un ministerio tan ajetreado era una carga para él, un peso mental y emocional que a menudo lo abrumaba fuertemente, a veces a punto de aplastarlo. Pero a pesar de todo, él confesaba:
Preferiría mi labor antes que cualquiera otra en el mundo. Predicar a Jesús es un trabajo dulce, un trabajo alegre, un trabajo celestial. Whitefield solía llamar a su púlpito su trono, y quienes conocen la dicha de olvidar todo lo ajeno al glorioso y cautivador tema de Cristo crucificado, darán fe de que el término se usó acertadamente (Autobiography, 2:165).
Él hacía hincapié en que la razón de la prosperidad de su ministerio era el mantener a Cristo central, prominente y claro. «Si hubiera predicado algo distinto a la doctrina de Cristo crucificado, hace años que habría dispersado a mi audiencia a los cuatro vientos. Pero el antiguo tema siempre es nuevo, siempre fresco, siempre atractivo. Predicar a Jesucristo» (Metropolitan Tabernacle Pulpit, 29:233-34).
Sufrir con Cristo
A algunos les resulta sorprendente que Spurgeon batallara toda su vida con la depresión. Su reputación como un predicador famoso y potente, su alegre ingenio, y su hombría al fumar cigarro podría llevarnos a pensar que nunca podría haber una grieta en su armadura de inglés victoriano. No debería sorprendernos, desde luego: la vida en un mundo caído implica aflicción, y la vida de Spurgeon en efecto estuvo llena de dolor físico y mental.
Cuando tenía 22 años, mientras predicaba a miles de personas en el Surrey Gardens Music Hall, unos bromistas gritaron «¡fuego!», y cundió el pánico por salir del edificio, lo que ocasionó 7 muertos y dejó a 28 gravemente heridos. Su mente nunca volvió a ser la misma. Susannah escribió: «La angustia de mi amado fue tan profunda y violenta que la razón parecía tambalear en su trono, y a veces temíamos que nunca volviera a predicar» (Susannah Spurgeon: Free Grace and Dying Love, 166). Una enfermedad severa, fiera oposición, y pérdida, dejaron una marca en la vida del gran predicador, tanto que hoy casi con seguridad se lo diagnosticaría clínicamente deprimido y sería tratado con medicamentos y terapia.
En todo esto, Spurgeon creía que Dios tenía un buen propósito en todo su sufrimiento, y sentía que a causa de este se había convertido en un pastor mejor preparado y más compasivo. Él creía que nuestro Padre celestial ordena el sufrimiento para los creyentes, y en efecto el sufrimiento que el Señor le concedió a Spurgeon lo sensibilizó y le permitió ser un doctor de almas de manera única.
Doctor de almas
Spurgeon compartió con su congregación que, en tiempos de gran dolor, «la empatía de Jesús es la cosa más preciosa después de su sacrificio» (Metropolitan Tabernacle Pulpit, 19:124). Una y otra vez regresaba al tema de la compasión de Cristo por su pueblo sufriente. En un sermón de 1890, mientras sentía su propia debilidad, habló de Cristo como el Sumo Sacerdote que siente por nosotros en nuestras debilidades. «Esta mañana», dijo,
estando yo mismo envuelto en debilidades más de lo habitual, deseo hablar, como un predicador débil y sufriente, de ese Sumo Sacerdote que está lleno de compasión; y mi anhelo es que cualquiera que tenga un espíritu abatido, esté decaído, desanimado, o aun en el punto de la total desesperación, cobre ánimo para acercarse al Señor Jesús…
A Jesús se lo toca, no con un sentimiento de tu fortaleza, ¡sino de tu debilidad! En esta tierra, ¡pobres y débiles nadie afecta el corazón de su gran Sumo Sacerdote en lo alto que está coronado de gloria y honor! Así como la madre siente la debilidad de su bebé, ¡así también Jesús siente con el más pobre, triste y débil de sus escogidos! (Metropolitan Tabernacle Pulpit, 36:315, 320).
El mejor de los príncipes
Las últimas palabras desde el púlpito, con fecha 7 de junio de 1891, son un adecuado resumen de su constante visión cristocéntrica:
Cuenta con ello: o servirás a Satanás o a Cristo, o al ego o al Salvador. Encontrarás que el pecado, el ego, Satanás y el mundo son amos severos, pero si llevas la carga de Cristo, lo encontrarás tan manso y humilde de corazón que hallarás descanso para tu alma. Él es el capitán más magnánimo. Nunca hubo otro como él entre los mejores príncipes. A él siempre se lo encuentra en la parte más recia de la batalla. Cuando el viento sopla frío, siempre toma el lado más crudo de la colina. El extremo más pesado de la cruz siempre recae en sus hombros. Si nos ordena llevar una carga, él también la lleva. Si hay algo benigno, generoso, bondadoso, y afable, sí, espléndido y abundante en amor, siempre se encuentra en él.
Le he servido estos cuarenta y tantos años, ¡bendito sea su nombre! Y de él no he recibido otra cosa que amor. Estaría feliz de seguir otros cuarenta años en el mismo precioso servicio en esta tierra si a él le placiera. Su servicio es vida, paz y gozo. ¡Cómo quisiera que entraras en él de inmediato! Que Dios te ayude a enlistarte bajo la bandera de Jesús hoy mismo. Amén (Metropolitan Tabernacle Pulpit, 37:323–24).
Por: Michael Reeves
Fuente: Suffering taught him to look to christ
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi
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