
Él me hizo descansar en Él
Cuatro consejos para veinteañeros
«¿Y cómo se siente tener treinta?». Esa pregunta siempre me ha hecho sentir como si me estuviera perdiendo alguna emoción mágica que se concede a las personas normales en su cumpleaños. Pero creo que no.
«Muy parecido a los veintinueve», respondí, solo medio en broma. Como dijo una vez uno de mis poetas favoritos, Robert Frost: «Puedo resumir todo lo que he aprendido de la vida en una palabra: continúa». Creo que a lo que se refería Frost era que «todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo» (Eclesiastés 3:1). La vida se vive por épocas. Dicho de otro modo, los hijos e hijas de Dios están llamados a hacer «la voluntad de Dios en su propia generación» (Hechos 13:36 NTV).
Es por ello que no solo la totalidad de una vida entera importa, sino las horas, días, años y décadas individuales, incluidos nuestros veintitantos.
¿Qué haría de otra forma?
Para muchos, los veintes (al menos como nosotros los percibimos) son la década más formativa de la vida. La adolescencia pasa, y las últimas sombras de la infancia dan paso a las personas y los lugares que permanecerán el mayor tiempo en el alma por el resto de la vida. La mayoría piensa que los hitos que definen los veintitantos son la universidad, la carrera y el matrimonio, pero hay aún más que eso: amistades, reubicaciones, nuevos ritmos de vida. Los veintes son un rico y fértil tiempo.
Así lo fue para mí, a pesar de que hubo mucho que derroché, tal como mi antepasado Adán derrochó si rico y fértil huerto. Cuando reflexiono sobre mis veintes, veo la soberana misericordia de Cristo, la gracia que restaura lo que se llevó la langosta, pero también veo el pecado y los errores que daría mucho por deshacer.
Así que estas son algunas reflexiones a partir de mis veintitantos. Si tú o alguien que conoces se está acercando o está en su tercera década, espero que estas palabras te incentiven a seguir el camino de la sabiduría y el florecimiento. Para aquellos de ustedes que han dejado atrás esa década, por favor no subestimen que las cosas más importantes que aprendemos realmente son perennes.
1. Valora e invierte en las personas
Un error de largo plazo que cometí cuando era veinteañero fue subvalorar a otras personas. Di por sentada la amistad y atesoré las cosas. Cuando lo recuerdo, especialmente al comienzo de mis veintes, me pesa recordar cuán poco me esforcé por amar a aquellos que Dios había puesto en mi vida.
Hablo de «esfuerzo» intencionalmente. El amar a los demás requiere esfuerzo, razón por la que a menudo actué tan pobremente. Aprendí que es fácil subrayar 1 Juan 3:16 durante los devocionales matutinos e imaginar que estoy dispuesto a dar mi vida por otros, mientras que minutos más tarde buscamos cualquier excusa para no devolver una llamada, o reunirnos con alguien o asistir a un evento. Esto acabó en una triste ironía: cuanto mayor me volvía, más deseaba una amistad cercana, y menos posible se volvía en tanto que las obligaciones del matrimonio, la familia y el trabajo se arraigaban.
No priorices las cosas. No protejas desmedidamente tu tiempo. Una cuerda de una hebra es más flexible, pero una cuerda de tres hebras «no se corta fácilmente» (Eclesiastés 4:12). Si en tus veintitantos te encuentras en una época de tu vida cuando los amigos cristianos están cercanos y accesibles, agradece abundantemente a tu Padre celestial, haz una pausa en Twitter y Netflix, y ve y ámalos, y sé amado por ellos. Más tarde no se volverá más fácil.
2. Cuidado con la preocupación por ti
Una de las trampas más típicas de mis veintes fue el enfocarme en mí mismo. Pasaba bastante tiempo en mi propia cabeza, preocupado por esto o aquello, olvidando que la alegría llega al olvidarse de uno mismo. Aquí radica una especialmente amplia grieta para mi generación, toda una generación envejeciendo en las aguas de las redes sociales. El olvido de sí mismo es difícil cuando el tiempo y las relaciones están configuradas por aplicaciones que existen para ayudarte a escapar de la realidad de carne y huesos y reinventarte continuamente.
Perdí mucho tiempo en Facebook, entregándome emocionalmente a tener una foto de perfil genial, muchos «me gusta», y una identidad en línea que fuera popular y admirada. Aparte de alimentar mi vanidad, esto me condujo a lo profundo de las grutas de la preocupación por mí mismo. Si bien esta preocupación promete satisfacción y consuelo en el corto plazo, conduce a una desilusión de largo plazo. Un salón de espejos destella por un instante, pero al final uno se da cuenta rápidamente de que fue creado para mirar a través de la ventana algo infinitamente más majestuoso que uno mismo.
Toma esa metáfora literalmente. Ve afuera. Mira el cielo. Desconéctate de la vida en línea el tiempo suficiente para deleitarte en el mundo físico que siempre está cantando un himno a su Hacedor. Hazlo con otros. Esto nos libera del aplastante peso de la preocupación por sí mismo. Además, es uno de los mejores antídotos contra la ansiedad que yo conozca.
3. Invierte en lo que te haga feliz
Solo hace poco me he dado cuenta de cuánto de mis veintitantos dediqué a leer y mirar cosas que en realidad no disfrutaba leer o mirar. No era autodisciplina; era buscar la aprobación de los demás, intentando refinar mis gustos para ser agradable para aquellos cuya aprobación yo ansiaba. Resulta que este hábito es difícil de romper una vez formado.
Así es como Escrutopo se lo explica a Orugario:
El hombre que verdadera y desinteresadamente disfruta cualquier cosa en el mundo, por causa de ella misma, y sin importarle un céntimo lo que otros digan al respecto, por ese mismo hecho está blindado contra algunas de nuestras más sutiles formas de ataque (Cartas del diablo a su
sobrino, 66).
¿Por qué es así? Porque buscar las cosas por lo que opinen los demás insensibiliza nuestro gusto por las promesas explosivamente personales de Cristo. La incredulidad prolifera con la búsqueda de la aprobación y la gloria de los demás. «¿Cómo va a ser posible que ustedes crean, si unos a otros se rinden gloria, pero no buscan la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44).
A veces los cristianos pueden apresurarse demasiado a hablar de la potencial idolatría de los pasatiempos y tardan demasiado en considerar que las cosas de la tierra pueden estimular nuestro corazón e impulsarnos hacia Dios. Antes que pases tus veintitantos asegurándote de que tu vida es perfecta para Instagram para las personas apropiadas, lee el espectacular libro The Things of Earth: Treasuring God by Enjoying His Gifts, de Joe Rigney, y pídele alSeñor que te revele más de la «estampa secreta» de tu alma. Luego, cultiva intereses y alegrías que te empujen hacia tu Salvador,
aunque no potencien tu «plataforma».
4. Cultiva la confianza en Dios
La única mejor forma de pasar tus veintitantos es aprender a confiar más en Dios. Si eso te suena cliché ahora, créeme, no lo hará por mucho tiempo. Muchos comenzamos esta década sin responsabilidades que nos estorben, solo para quedar ciegos a las realidades de la deuda, los sueños fallidos, los deseos frustrados, y el sufrimiento inesperado. El camino de la vida cristiana está rodeado de salidas de duda.
Yo era un desafectado estudiante de 21 años de instituto bíblico atrapado en la pornografía cuando Jesús respondió las oraciones de mis padres y me resucitó. Estaba en un frustrante empleo de nivel principiante con una fecha de boda e ingresos insuficientes, y el Señor proveyó. Éramos una joven pareja llamada a dejar a nuestros padres y el único pueblo que hemos conocido para ir al Medio Oeste de Estados Unidos, y el Señor secó amorosamente nuestras lágrimas y nos rodeó de amigos.
En cada momento de mis veintes, me rodeó la protectora bondad y misericordia de Jesús. Él curó mis temores con provisión y mis pecados con perdón. La lección principal de mis veintitantos fue que había más gracia en Dios que pecado, inmadurez, debilidad e ignorancia en mí. Los lugares donde más me apoyé en él fueron los lugares donde no tenía nada más en qué apoyarme, y estos fueron los lugares donde él se mostró más fiel. Mi vergüenza, arrepentimiento y ansiedades no se deshicieron al ser una mejor versión de mí mismo, sino al disfrutar más a Cristo.
No dudes de la soberanía de Aquel que conoce las estrellas por su nombre y los cabellos de tu cabeza (Isaías 40:26; Lucas 12:7). No dudes de la bondad de Aquel que no escatimó a su propio Hijo sino que lo entregó por ti (Romanos 8:32). No dudes de la dignidad de Aquel con quien hay plenitud de gozo y placeres para siempre (Salmo 16:11). Tus veintes y treintas, ochentas y noventas están en sus manos. Confía en él.
Por: Samuel James
Fuente: He made me lean on him
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi
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