
Dos errores comunes que cometen los predicadores
En busca de la realidad en los sermones
Owen Barfield, amigo de C. S. Lewis, dijo una vez sobre Lewis: «De alguna manera, lo que Lewis pensaba acerca de todo estaba secretamente presente en lo que decía sobre cualquier cosa». Mientras más verdaderos y abarcadores son los pensamientos de una persona, más exacta es esa afirmación respecto a la persona.
Los escritos bíblicos son las expresiones inspiradas por Dios de los verdaderos pensamientos de los autores. ¿Cuánto más, entonces, se debe hacer esta afirmación respecto a ellos: «Lo que pensaban acerca de todo estaba secretamente presente en lo que decían acerca de todo»? Esto es realmente importante para la predicación. Conocer la visión general de la realidad de un autor orientará al predicador a abordar textos específicos de formas que no contraríen la intención del autor.
Por ejemplo, supongo que el apóstol Pablo se molestaría si sacáramos su mandato «practiquen la hospitalidad» (Romanos 12:13) del contexto de su visión global de la realidad y lo pusiéramos al servicio de una visión contraria a la suya. No le agradaría si lo hiciéramos parte de una «campaña de moral y modales» secular; o si lo incluyéramos en una cruzada ecuménica para mostrar que los hindúes, musulmanes y cristianos realmente viven de la misma manera porque todos practican la hospitalidad; o si lo pusiéramos al servicio de una secta legalista que nos enseñara a ganar nuestra salvación con buenas obras. En otras palabras, lo que sugiero es que Pablo pretende que veamos todas sus exhortaciones específicas a la luz de su abarcadora visión de la realidad.
Dos errores comunes
No basta con decir (con todo lo cierto que es) que el objetivo de la predicación de un texto como Romanos 12:13 sea proclamar la realidad que el autor bíblico está tratando de comunicar a través del texto. El espectro de la realidad que informa este mandato en particular es amplio.
Lo que Pablo quiere que tomemos en cuenta al obedecer y proclamar el mandato de ser hospitalarios es más grande que la mera actuación práctica de abrir nuestro hogar a los demás. De hecho, la meticulosa realización de esa práctica podría contradecir profundamente la intención de Pablo. No hacerlo con fe (2 Corintios 5:7), no hacerlo por el Espíritu (Gálatas 5:16), no hacerlo en el nombre de Jesús (Colosenses 3:17), no hacerlo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31); todo esto, en la mente de Pablo, sería no lograr ver, saborear y mostrar las realidades que más importan. No sería fiel a su intención.
¿Qué realidad, pues, se espera que prediquemos cuando tenemos ante nosotros un texto limitado y específico? Quiero responder esa pregunta advirtiendo sobre dos errores que comúnmente se cometen al predicar un texto como «practiquen la hospitalidad».
Primer error: predicación moralista
El primer error («¡solo hazlo!») minimiza la visión más amplia y abarcadora de Pablo sobre cómo y por qué hacerlo. Trata la hospitalidad en términos limitados y moralistas sin referencia a ninguna de sus profundas raíces en la gracia, Cristo y la fe, y sin referencia a ninguna de sus elevadas ramas en la gloria de Dios.
«Solo hazlo» podría parecer útil a algunos predicadores porque piensan que la hospitalidad podría proveer avances en cuanto a cómo prosperar en el mundo, o ello nos podría ganar algunos puntos con Dios, o podría volver más amigable a la iglesia para que más gente venga, o podría inculcar algunos rasgos del carácter de gracia y generosidad, o traer algunas recompensas inesperadas si se da el caso de que uno recibe a una persona adinerada en su mesa. Esta no es predicación fiel. Ignora la visión más amplia de la realidad de Pablo: la gracia, Cristo, el Espíritu, la fe, el gozo, y la gloria de Dios.
Segundo error: predicación doctrinal reduccionista
En el segundo error, los predicadores dicen algo como: «No puedes hacerlo; pero Cristo lo hizo perfectamente, así que vuélvete de tu actuación a su actuación, y disfruta de la justificación por la justicia imputada». Esto minimiza la seriedad del mandato, aleja la atención de la real necesidad del imperativo, conduce a una especie de predicación que simplifica demasiado la urgencia y la complejidad de la obediencia cristiana, y convierte cada sermón en un predecible crescendo soteriológico que entrena a las personas para que se desconecten y se pongan su abrigo. Acalla las riquezas específicas del texto reemplazándolas con aplicaciones infundadas de correcta doctrina.
Ambos errores acallan el texto
Ambos errores tienen su propia forma de acallar lo que Pablo pretendía comunicar. El primer error silencia la realidad del texto mediante un moralismo vacío. El segundo error silencia la realidad poniendo cada texto en la cama de Procrustes de una ortodoxia mal utilizada. Sin duda la justificación por la sola fe basada en la justicia imputada de Cristo solamente es una verdad gloriosa y preciosa. Pero Pablo no la usa de una forma que aminore la urgencia de la obediencia práctica.
Pablo no adopta un recubrimiento artificial de ley-evangelio que trate cada imperativo como una forma de mostrar la impotencia humana cuyo único remedio es minimizar la obediencia y maximizar la imputación divina. Cuando Pablo escribe a las iglesias, trata sus imperativos como verdaderas obligaciones que se deben obedecer porque estamos justificados, porque Dios nos ama, porque tenemos el Espíritu Santo, porque la gracia es un poder transformador, no solo un perdón, y porque la fe justificadora actúa por amor. Así que la doctrina de la justificación es relevante —¡infinitamente relevante!— pero no de una manera que minimice la preocupación inmediata y real con la hospitalidad cristiana práctica.
Preocupaciones teológicas
Mi preocupación con estos dos tipos de errores de la predicación es tanto teológica como homilética. Las preocupaciones teológicas son las más graves. Pero las homiléticas pueden ser trágicas. Desde el punto de vista teológico, ambos errores pueden amenazar la salvación. El error moralista («¡solo hazlo!») no conduce a la salvación, porque la conducta moral reemplaza el evangelio de Cristo crucificado y resucitado por los pecadores. Y deja de lado el único poder que haría que la conducta moral sea aceptable a Dios, a saber, el poder del Espíritu Santo, el cual es apropiado por la fe en las promesas de Dios compradas por sangre.
El segundo error («no puedes hacerlo. Pero Cristo lo hizo
perfectamente, así que vuélvete de tu actuación a su actuación, y disfruta de la justificación mediante la justicia imputada») amenaza la salvación porque les da a las personas la impresión de que la fe sin obras está viva, que realmente puede salvar (contra Santiago 2:17). Enfatiza la obediencia de Cristo como un reemplazo de la nuestra, en lugar de mostrar que es una potenciación de la nuestra. De esta forma, tiende al error de Romanos 6:1: «¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia abunde?». Deja a las personas en total desventaja para que comprendan que existe una real y práctica «santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12:14; también Gálatas 5:21; 1 Corintios 6:9).
Me temo que esta forma de predicar será maldecida en el día del juicio por parte de aquellos que escuchen al Señor Jesús decir: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos… “Jamás los conocí ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”» (Mateo 7:21, 23).
Preocupaciones homiléticas
Mis preocupaciones homiléticas consisten en que el primer tipo de predicación («¡solo hazlo!») entrena a las personas para que no vean lo que realmente hay en la Biblia. Reduce la Biblia a un manual de buena conducta y modales que Dios respalda. Margina el evangelio. A consecuencia de esto, tales predicadores no retiran las cargas sino que, como dice Jesús «atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas» (Mateo 23:4).
Su predicación conduce a la desesperación o el orgullo. Un poco de éxito moral conduce al orgullo. Un poco de fracaso moral conduce a la desesperación. La gracia no está presente como un fundamento. La gloria de Dios no está ahí como un objetivo. La predicación decae para convertirse en una charla motivacional para el pensamiento positivo. En consecuencia, la predicación deja de ser exultación expositiva. Ya no es parte de la adoración.
Mis preocupaciones homiléticas en torno a la segunda vía de predicación («no puedes hacerlo, pero Cristo lo hizo perfectamente, así que aléjate de tu actuación hacia su actuación, y disfruta de la justificación mediante la justicia imputada») son que simplemente no toma en serio las mismísimas palabras del texto, y por lo tanto le enseña a la congregación malos hábitos de lectura de la Biblia. Está controlada por un esquema teológico que, en vez de iluminar las riquezas presentes en el texto, detiene el descubrimiento de esas riquezas. Hay algunos tipos de convicciones teológicas globales que nublan los detalles de un texto, y hay algunos que nos impulsan más profundo en los detalles.
Finalmente, este tipo de predicación tiene el lamentable efecto de adormecer la esperanza de descubrimiento de una congregación, porque en vez de hallar nuevos detalles en el texto, se hace un monótono «descubrimiento» de la doctrina de la justificación por fe sin las obras una y otra vez. El trágico resultado es que una de las verdades más gloriosas del mundo se vuelve un lugar común en nombre de la predicación de Cristo.
¿Qué realidad predicamos?
¿Qué realidad se espera que proclamemos los predicadores en tanto que exponemos el texto que tenemos en frente? No basta con responder: «Proclama la realidad que el autor bíblico está tratando de comunicar por medio del texto». La razón por la que esto no basta no es que sea falso, sino que es demasiado general. No deja claro que casi cada texto para un sermón exige que conozcamos algo de la visión general y abarcadora de la realidad a fin de abordar la revelación limitada de la realidad en el texto.
Pablo cree en Dios. Cree en el pecado y en la necesidad del sacrificio de Dios de su Hijo para que los culpables puedan ser tratados con gracia (Romanos 8:32). Él cree que la gracia de Dios concede el perdón por el pecado, así como poder para ser piadoso (1 Corintios 15:10). Él cree que Cristo nos recibe antes que seamos dignos (Romanos 15:7), y que en unión con él morimos al pecado (Romanos 6:11). Él cree que, como nuevas criaturas vivas de entre los muertos (2 Corintios 5:17), ahora estamos siendo transformados mirando a la gloria de Cristo como nuestro tesoro supremo (2 Corintios 3:18).
Pablo cree que este cambio, y todo el bien que hacemos como cristianos, es una obra del Espíritu Santo (Gálatas 5:16), y que, cuando invocamos a Dios (1 Tesalonicenses 5:17) con gratitud (1 Tesalonicenses 5:18) y fe (2 Corintios 5:7), el Espíritu aquieta nuestra ansiedad (Filipenses 4:6), nos llena de gozo (Filipenses 4:4), doblega nuestra inclinación a quejarnos (Filipenses 2:14), y nos libera para realizar humildes actos de amor (1 Corintios 16:14), tales como la hospitalidad. Pablo cree que estos actos de amor, realizados por fe y en el poder del Espíritu, son genuinos actos de adoración (Romanos 12:1) que reflejan el carácter de nuestro Padrecelestial (Efesios 5:1), adornan el nombre de Jesús (Colosenses 3:17), y glorifican a Dios (1 Corintios 10:31).
Así que, nuevamente preguntamos: cuando el predicador se pone como objetivo proclamar la realidad que el autor bíblico está tratando de comunicar por medio del texto (como creo que debería hacer), ¿qué realidad tiene en mente el predicador? El espectro de la visión general del autor bíblico es tan amplio, y tan multifacético, que el predicador no puede predicarlo todo en un sermón, sino que debe hacer elecciones.
En relación con Romanos 13:1 («practiquen la hospitalidad»), ¿qué va a proclamar el predicador? Probablemente incluirá la naturaleza, el fundamento, el objetivo y el medio de esta hospitalidad. Pero todo eso cualquier cosa que sea verdaderamente cristiana y significativa acerca de la hospitalidad— el predicador lo dirá basado en la visión general de la realidad de Pablo. Y esto lo aprenderá de una cuidadosa atención al contexto inmediato y, en este caso, especialmente a los contextos más o menos distantes de los escritos de Pablo.
Por: John Piper
Fuente: Two common mistakes preachers make
Traducido por: Proyecto Nehemias
Publicado por: Mariafernanda Artadi
Deja un comentario