Reflexión y Recursos Bíblicos basados en la Gracia de Dios

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Clichés cristianos: Pídele a Jesús que entre a tu corazón

Uno simplemente no se invita a sí mismo a la Casa Blanca para pasar una noche en el dormitorio de Lincoln, o en el Palacio de Buckingham para tomar el té con la Reina. No importa cuán serio sea tu deseo o positiva tu petición, tu acceso será negado.
Y eso no es una sorpresa para la mayoría de personas. Entendemos que los monarcas y jefes de estado requieren un cierto nivel de exclusividad, y generalmente respetamos esos límites.
Sin embargo, no tenemos ese entendimiento cuando se trata del Señor y Su reino celestial. Demasiadas personas asumen que su entrada en la familia de Dios está en función de su propio deseo ferviente. Frases como “Pídele a Jesús que entre a tu corazón” o “Acepta a Jesús como tu salvador personal” son emblemáticas de una mentalidad que invierte descuidadamente los roles en la salvación. Y esa mentalidad está muy extendida en la iglesia, hoy esas frases son algunas de los más comunes clichés cristianos, marcando el comienzo de lo que podríamos llamar la época del llamado al altar.
Durante mis años de formación como cristiano, llegué a estar tan familiarizado con esa expresión que nunca pensé seriamente sobre su significado. Siempre asumí que la idea era bíblica, ya que parecía hacer eco de las palabras de Jesús en Apocalipsis 3:20: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.”

¿Llamando a la puerta de tu corazón?

Jesús no es un pretendiente despechado dejado afuera en el frío por aquellos que lo rechazan. Como Paul Washer dijo alguna vez: “Si Él quiere echar la puerta abajo, Él la echaría abajo”. Además, la puerta no representa los corazones de las personas sino más bien la iglesia en particular a la que el mensaje de Cristo fue dirigido. John MacArthur señala acertadamente:

Aunque este versículo ha sido utilizado en un sinnúmero de folletos y mensajes evangelísticos para ilustrar el llamado de Cristo a la puerta del corazón del pecador, es más amplio que eso. La puerta a la que Cristo está llamando no es la puerta de un sólo corazón humano, sino la de la iglesia de Laodicea. Cristo estaba afuera de esta iglesia apóstata y quería entrar, algo que sólo podría pasar si las personas se arrepintieran. El Señor Jesucristo les persuade a arrepentirse y tener comunión con Él antes que la noche del juicio caiga y sea demasiado tarde para siempre

No sólo Jesús no está esperando en la puerta de tu alma, Él también no está a la espera de tu oferta de invitación, o incluso tu respuesta a Su invitación. El lenguaje de la Escritura es la de la compulsión. Pablo predicaba: “Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan.” Cuando los apóstoles predicaban el evangelio sus mensajes terminaban con los mandatos fuertes a arrepentirse y creer (Hechos 2:38, 3:19).
Por último, si bien es cierto que Jesús promete morar en los creyentes (Juan 15:4), un cambio drástico debe ocurrir antes que eso pueda tomar lugar. El corazón incrédulo está muerto, duro, y frío a las cosas espirituales. Antes de que Cristo pueda residir en el corazón de uno a través del Espíritu, Él tiene que cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne (Ezequiel 36:26).
Cuando te detienes a pensar en ello, pedir a Jesús entrar a tu corazón va en contra la naturaleza del evangelio, y comienza la nueva vida espiritual de uno con una comprensión pobre de lo que acaba de ocurrir.

¿Quién necesita Aceptación?

El descuido de los modernos clichés evangelísticos es también dolorosamente evidente en la frase: “aceptar a Jesús como tu salvador personal”. Un breve momento de reflección debería ser todo lo necesario para identificar el problema. En el día del juicio, somos nosotros quienes necesitaremos la aceptación de Cristo. Al decir que nosotros aceptamos a Cristo, peligrosamente asumimos que estamos sentados para juzgar y Cristo está en juicio.
Nuestra terminología de evangelización necesita reflejar el conocimiento de nuestro lugar adecuado con respecto a Cristo cuando se trata de ganar Su aceptación. Jesús aclara quién necesita aceptar a quién cuando dice:

No todo el que Me dice: “Señor, Señor,” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos Me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?” Entonces les declararé: “Jamás los conocí; apártense de Mi, los que practican la iniquidad.” (Mateo 7:21-23)

Hay una diferencia eterna entre tú aceptando a Cristo y Cristo aceptandote. A menudo he argumentado que el ladrón en la cruz fue un muy buen teólogo porque no tuvo problemas de reconocer quién necesitaba aceptación. Tal vez, como yo, tú caíste en el cliché sin pensarlo bien. En cualquier caso, siempre es peligroso asumir que los eslóganes cristianos igualan a la verdad bíblica.

¿Hacer a Jesús el Señor?

El alcance evangelístico moderno regularmente sigue el llamado a “aceptar a Jesús en tu corazón” con la frase “y hazlo tu Señor y Salvador”. Lamentablemente, cuando me encontré por primera vez con el lenguaje contemporáneo del los llamados al altar, nunca me detuve a preguntar qué se suponía que describiera el trabajo de Jesús antes de hacerlo Señor y Salvador.
La Palabra de Dios es abundantemente clara en este punto. El Señorío de Cristo nunca  ha estado supeditado a la voluntad de nadie para que se le conceda ese título. Jesús es el Señor. Y tu actual creencia no ha influído en esa realidad eterna. Él es el Señor de los cristianos, ateos, y todo lo demás en el universo, ya sea que doblen sus rodillas en arrepentimiento o ardan en el fuego infernal de pesar.

Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también Lo exaltó hasta lo sumo, y Le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:8-11)

De acuerdo con Pablo, “¿No saben ustedes que cuando se presentan como esclavos a alguien para obedecerle, son esclavos de aquél a quien obedecen, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16) Usando esta lógica inspirada por el Espíritu, no necesitas hacer a Jesús Señor de tu vida, simplemente necesitas demostrar que Él es Señor de tu vida sometiéndote a Él en arrepentimiento, fe, y obediencia.

El llamado al altar y su impredecible descendencia

No hay nada de malo con el evangelismo que señala al pecador la urgencia de arrepentirse y creer. Pero los llamados al altar formulistas han generado todo tipo de lenguaje cristiano imprudente y puntos de vista inadecuados de la salvación. Ello es el trágico legado de Charles Finney, un evangelista del siglo diecinueve que negaba la soberanía de Dios en el llamado y la regeneración de los pecadores.
El deseo de Finney de ver un mayor número de conversos en sus reuniones lo llevó a inventar el “banco ansioso”. Finney estaba convencido que el avivamiento dependía del predicador y sus métodos. El banco ansioso era uno de las tácticas favoritas de la predicación de Finney. Proporcionaba asiento vacante al frente de la iglesia donde aquellos que estaban preocupados sobre asuntos eternos pudieran sentarse, ser específicamente predicados al respecto, y conversar personalmente con el predicador después de la reunión.
Si bien no verías ese patrón exacto repetido hoy en día, los principios pragmáticos son todavía usados en los modernos llamados al altar y en las cruzadas evangelísticas. Fue el caminar al frente que fijó las ruedas en movimiento. Y los medios de ingeniería humana de producir conversos han sido desenfrenados desde entonces.

El uso apropiado del lenguaje bíblico

En completo contraste, los medios de salvación soberanos de Dios nunca han cambiado. Él atrae al pecador a través de Su llamado (Juan 6:44; Romanos 8:28), convence al pecador por el Espíritu Santo (Juan 16:8), regenera al pecador por Su poder (Ezequiel 36:26; 2 Corintios 5:17), y ve al pecador a través de los lentes de la obra expiatoria de Cristo (2 Corintios 5:21).
El predicador nunca debería presumir tomar sobre sí mismo ninguna de las responsabilidades del Espíritu Santo. En cambio, Dios ha elegido la predicación como el medio de proclamar a Cristo crucificado y llamar a la respuesta que Él demanda: arrepentimiento del pecado (Hechos 17:30-31) y fe en Cristo (Efesios 2:8-9; Hechos 20:20-21).
En lugar de pedir a los pecadores que acepten a Cristo deberíamos llamarlos a que imploren por Su aceptación. En lugar de decirles a los pecadores que “hagan a Jesús Señor” deberíamos llamarlos a someterse a Su señorío. Y en lugar de llamar a los pecadores a un altar de salvación, deberíamos confiarlos a un Salvador soberano.
Por: Cameron Buettel © Grace to You.
Fuente: “Christian clichés: Ask Jesus into your heart
Traducido por: Daniel Elias

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