
Alguien necesita tu segundo idioma
Después de que terminé de enseñar a un grupo de jóvenes en Costa Rica, mi padre (un hablante fluido de español) gentilmente me señaló la razón por la cual dos adolescentes se habían reído a lo largo de mi charla. Acababa de pasar la última hora repitiendo una palabra que, aunque técnicamente correcta en la traducción, tenía connotaciones inapropiadas (del tipo que los adolescentes no pueden evitar reír).
Aunque he hablado algo de español toda mi vida, todavía tengo que dominarlo. Hay días en que vuelvo a casa, me doy una palmada en la espalda y me digo a mí mismo: “Realmente has aprendido el truco de esto ahora”. Pero esos días son raros y distantes. La mayoría de las veces, entro por la puerta sintiéndome ligeramente derrotado mientras repito mis errores.
Pero los estudiantes de idiomas no deben pensar mucho en sus errores, recordando que Dios obra en nosotros, incluso en nuestras debilidades y errores, para hacer su voluntad y obrar para su placer (Filipenses 2:13). Nuestra motivación para seguir aprendiendo no radica en la rapidez con la que aprendemos o incluso en la eficacia con la que nos comunicamos. Si este fuera el caso, me habría rendido hace mucho tiempo. Más bien, después de más de veinte años de destrozar el idioma español, mi motivación proviene de Dios, que tiene el poder de usar mi habla imperfecto para difundir la noticia de su amor por nosotros en Cristo a más personas de habla hispana.
Si el pueblo escogido de Dios ha de escuchar y recibir el Evangelio, muchos de nosotros tendremos que aprender un segundo idioma. A través de mis estudios y luchas, me he topado con cinco maneras en que Dios es glorificado en el proceso de aprender idiomas para alcanzar a los perdidos de cada tribu, nación y lengua.
1. Dios es soberano sobre tu segundo idioma.
Al aprender una nueva lengua, aprendemos a reconocer y confiar en la soberanía de Dios sobre el lenguaje.
Dios es la fuente de las palabras y el habla (Génesis 1:3). Es por su palabra que Él crea (Génesis 1:1), se relaciona (Génesis 1:26) y gobierna (Génesis 1:28). Como creador y sustentador del lenguaje humano, Dios tiene el derecho y el poder de confundir la comunicación o permitir el entendimiento. Como el lenguaje está en sus manos, no debo perder el sueño pensando en la conversación de 20 minutos que tuve en la que me referí a Francisco como el actual patata (papa) católico. A pesar de estas repetitivas, y a veces vergonzosas metidas de pata, puedo confiar en que Dios usará soberanamente mi segundo (lento) idioma adquirido por el bien de su nombre.
Su soberanía nunca debe ser una excusa para la pereza en el aprendizaje, sino más bien una razón para la alegre confianza en su gracia, ya que nos otorga la capacidad de comunicarnos con los demás a pesar de nuestros errores y debilidades.
2. Aprender un idioma supera las consecuencias del pecado.
A medida que adquirimos un idioma, comenzamos a cruzar los límites de Babel, luchando contra los efectos del pecado en el habla. Desde el comienzo de la historia del pecado en la tierra, este ha sido influenciado e impulsado por el lenguaje. Satanás lo usó para tentar (Génesis 3:1), Adán y Eva lo usaron para culpar (Génesis 3:12-13), y Dios lo usó para condenar (Génesis 3:14-19). Luego, en Génesis 11, los planes pecaminosos de los hombres en Babel provocaron que Dios distorsionara y confundiera su lenguaje.
A menudo me he preguntado por qué Dios, después de confundir intencionalmente nuestra capacidad de comunicación, nos daría la difícil tarea de alcanzar a los perdidos de toda lengua. Dios confundió el lenguaje porque los hombres trataron de robar su gloria. Aprendemos idiomas, con la ayuda de Dios, para darle la gloria que merece hasta que sea alabado en todos los idiomas.
3. La misión de la iglesia depende del aprendizaje de idiomas.
La diversidad de idiomas puede ser un obstáculo para la proclamación de la palabra de Dios (1 Corintios 14:9-11, Ezequiel 3:5-6), pero también es evidente que Dios ha diseñado el lenguaje como una parte necesaria de su historia de redención (Romanos 10:17). Nuestra adquisición de un idioma debe estar motivada por la necesidad de romper las barreras que impiden la proclamación del evangelio.
En Hechos 2, los creyentes judíos fueron capacitados por el Espíritu Santo para declarar “las maravillas de Dios” (Hechos 2:11) en muchos idiomas diferentes a los hombres de todo el mundo romano del primer siglo. Y las personas presentes en Pentecostés se asombraron (Hechos 2:12). Nosotros tenemos la misma meta en fluidez: dejar a los hombres y mujeres perplejos y asombrados por el evangelio que se proclama en su propia lengua.
La tarea de la Gran Comisión no puede completarse a menos que los discípulos fieles se esfuercen intencionalmente por la fluidez en los segundos idiomas.
4. Aprender un idioma siempre nos hace sentir humildes.
El aprendizaje de idiomas eleva nuestra visión de Dios al humillarnos. Cualquier estudiante de serio de un idioma comprende los poderes que destruyen el orgullo en la adquisición de un idioma. Todavía tengo recuerdos de la época en que traté de hacer alarde de mis habilidades lingüísticas con una maestra de Español e inicié la conversación al referirme a ella con el pronombre masculino. No importa qué vergonzoso sea, debemos aprender a canalizar la humillación de estas experiencias hacia una mayor dependencia de Dios en todas las cosas.
La humillación de este proceso nunca termina, incluso cuando logramos una mayor fluidez. Imitamos la humildad y el sufrimiento de Cristo por nosotros al humillarnos y trabajar duro para aprender un idioma. Construimos relaciones duraderas con los perdidos a través de una comunicación clara, para que puedan ser transformados por el evangelio para la gloria de Dios.
5. Los idiomas permiten que Dios sea adorado en todas partes.
Finalmente, el aprendizaje de idiomas nos ayuda a reconocer la intencionalidad de la diversidad de los lenguajes terrenales. Aunque Dios confundió el lenguaje debido al pecado, la variedad de lenguaje siempre ha sido parte del plan de Dios.
Alcanzaremos la tarea de aprender idiomas cuando comprendamos que el reino, el dominio y la gloria de Dios siempre debieron extenderse a todos los pueblos, naciones y lenguas (Daniel 7:14). Los momentos más gozosos de adoración congregacional en los que participé no han sido en mi primer idioma. De hecho, adorar e involucrarme con creyentes en mi segundo idioma me ha brindado atisbos esperanzadores de Apocalipsis 7:9-10: “Después de esto miré, y vi una gran multitud… de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero… Clamaban a gran voz: ‘La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero’.”
Dios redimirá todas las lenguas para su exaltación, y nosotros, por la eternidad, cantaremos alabanzas con una voz unificada al glorioso Dios del lenguaje.
Por: Nick Whitehead © Desiring God Foundation.
Fuente: “Someone Needs Your Second Language”.
Traducido por: Daniel Elias.
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