
58. «En mi corazón he atesorado tus palabras» – Salmo 119:11
Las tablas del antiguo pacto estaban guardadas en el arca, y escondidas en el lugar santo; el contenido del nuevo pacto debería ser guardado en el corazón del creyente. Mediante la meditación íntima, diaria, y en oración, deberíamos intentar entender, disfrutar y atesorar la Palabra santa de Dios. Es el maná que debemos recolectar como nuestro alimento diario, la luz en la que debemos caminar, y la regla por la que debemos trabajar.
Atesoremos las doctrinas de gracia, que son el fundamento de nuestra confianza; las promesas sumamente grandes y preciosas, que son fuentes inagotables de consuelo; y los preceptos buenos y santos, que son guías infalibles. Si está guardado en el corazón, nadie nos puede privar de este precioso tesoro; ni tendremos que buscarlo cuando queramos disfrutarlo. Pero para que esto ocurra, debemos conocer el valor de su Palabra, apreciar su contenido, examinar sus páginas, meditar en nuestra mente, y alimentarnos de ella como nuestro alimento diario. A menos que la atesoremos en nuestro corazón, no seremos santificados por ella, ni estará escrita en nuestras vidas; desde el corazón ella fluye hacia la vida.
Que sea nuestra oración diaria, que Dios ponga sus leyes en nuestra mente, y las escriba en nuestro corazón, que podamos ser epístolas de Cristo, conocidas y leídas por todos.
Sus promesas alegran el corazón,
sus doctrinas son la verdad divina;
imparten conocimiento y delicia,
nos consuelan e instruyen también.
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