
26. «¡Ayúdame en mi incredulidad!» – Marcos 9:24
Con frecuencia nuestra fe es débil, y nuestra incredulidad es muy fuerte. Es muy natural para un pecador no creer en Dios, y a menudo es difícil para un cristiano confiar totalmente en las promesas de Dios. A veces su Palabra parece ser demasiado buena para ser verdad; otras veces tenemos un sentimiento tan intenso de nuestra pecaminosidad que no podemos admitir que esas bendiciones grandes y gloriosas sean para nosotros. Ciertamente, es muy difícil creer que Dios sea tan bueno como lo declara su Palabra; que sus promesas pertenezcan a semejantes pecadores; y que podamos, debamos, creerlas, hacerlas propias, y pedirlas como si fueran para nosotros. Tememos ser arrogantes, y entonces cedemos a la incredulidad. Escuchamos a Satanás, y entonces dudamos y tememos.
Pero Jesús pregunta: «Si digo la verdad, ¿por qué no me creen?». ¿Entonces la promesa es verdad? ¿Es para los pecadores? ¿Fluye de la gracia? ¿Nos es dada para que Dios pueda ser glorificado en su misericordia, amor y bondad? Entonces procuremos creer, descansar en la Palabra, esperar que Dios haga como ha prometido. Llevemos nuestra incredulidad adonde podemos llevar nuestros demás pecados: a Jesús; tenemos que confesarlo, lamentarlo, y clamar con sus antiguos discípulos: «Señor, auméntanos la fe». O con el hombre pobre en el texto: «Ayúdame en mi incredulidad». Ayúdame a conquistarla, y a vencerla.
Señor, tú has prometido, tú perdonarás;
ahora ayúdame a creer y vivir.
Imparte una fe viva y vigorosa,
y sella mi perdón en mi corazón.
Por: James Smith
Traducido por: Proyecto Nehemias
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